Por Diego Tomasi

Tengo la suerte de contar con muchas camisetas, pero si tengo que nombrar una, es la de Zidane. Tengo la que usó en su último partido en cancha del Madrid. El miércoles previo al partido me llamó por teléfono y me dijo que no tenía la mía, y que la quería cambiar el domingo. En el partido, lo sacaron faltando cinco minutos para que la gente lo ovacionase y él se quedó parado en la línea esperándome para cumplir su palabra. Ahora la tengo en mi casa con la fecha anotada. Fue uno de los más grandes que haya visto jugar”. Las palabras son de Juan Román Riquelme, en una entrevista para el sitio de Internet de FIFA.

Después de brillar en Boca y de obtener dos copas Libertadores y una Intercontinental (con un partido perfecto ante Real Madrid), Riquelme fue transferido al Fútbol Club Barcelona. Era el segundo semestre de 2002. En su primer partido, un amistoso ante Parma de Italia, marcó dos goles. Pero nunca más pudo sentirse cómodo. El mayor problema consistía en que el entrenador, el holandés Louis Van Gaal, no lo había pedido. Roberto Martínez, que escribió el libro Barçargentinos, agrega detalles: “Riquelme llegó porque le compraron los dirigentes a pesar de que el entrenador había dicho que no lo trajeran porque no le iba a poner. Y el primer día Van Gaal se lo dijo en la cara. Acto seguido, se le instó a firmar un contrato con una cláusula para ser cedido en el caso de que así lo decidiera unilateralmente el entrenador holandés. En segundo lugar, no le dieron espacio para ser él mismo, ni le dieron confianza para que se sintiera importante”.

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En enero de 2003, cuando Louis Van Gaal dejó de dirigir a Barcelona y asumió en su lugar el serbio Radomir Antić, parecía que la situación de Riquelme podía mejorar. Rodolfo Chisleanschi, periodista y entrenador argentino que vivió en España más de veinte años, recuerda que Antić, antes de que lo contrataran, “hacía comentarios en una radio y siempre se manifestaba admirador de Riquelme. Agarró el equipo justo antes de un fin de semana en que no había Liga porque jugaba la Selección, y aprovechó para hacer pruebas físicas. Riquelme creo que fue el segundo peor, lógicamente, y el técnico lo dejó en el banco”.

Durante la etapa de Antić como entrenador de Barcelona, Juan Román Riquelme tuvo a Fernando Signorini como preparador físico personal. Su palabra recupera aspectos a menudo ignorados de la personalidad y el comportamiento profesional de Riquelme. Cuenta Signorini: “La primera impresión que me llevé fue la de un tipo tremendamente puntilloso en su modo de analizar el fenómeno del fútbol, de tratar de descubrir los secretos del juego, de no dejarse engañar por los comentarios que se escuchaban por televisión. Román quería trabajar físicamente, pero no estaba convencido, ni mucho menos, de que un gran entrenamiento fuera necesario para jugar al fútbol. Él mismo decía que el fútbol tiene muchos tiempos de pausa. En un partido, el tiempo que cada jugador interviene es muy poco. Uno tiene que tratar de estar en el momento justo, en el lugar adecuado, pero él descreía de eso de que hay que correr para jugar. Hay una gran diferencia en la preparación para correr y la que se tendría que usar para jugar. Si sabés jugar al fútbol, se simplifican un montón de problemas”.

Desde el punto de vista de Signorini, jugadores como Riquelme necesitan una preparación particular. “Como Maradona, como Messi –ejemplifica–. No podés poner a todos en la misma bolsa. No son todos iguales. Muchos técnicos compran el mensaje de que el esfuerzo lo es todo, pero se pierde de vista a los cerebros que piensan. El esfuerzo es importante, pero siempre y cuando esté en función de un conocimiento del juego. Además, con los grandes jugadores hay que hablar mucho, y hay que brindarles una atención especial. Hay que potenciar al mejor. Hay que tratarlo de la manera que él prefiere ser tratado. Hay características psicológicas que igualan a grandes como Maradona, Messi, Romario o Zidane (que lo elogiaba a Román siempre, sobre todo cuando se lo discutía)”.

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El discurso dominante de nuestro tiempo es el de la velocidad. La urgencia. No hay tiempo. En la televisión, en la calle, en el fútbol, en cualquier lado. Un canal de noticias necesita decir que es el primero en informar un dato más o menos intrascendente. Pero debe decirlo rápido, para ser de veras el primero que lo haga. Si en la radio alguien hace un silencio, otro necesita hablar, con premura, porque el silencio molesta y ese vacío es inaceptable. A alguien se le ocurre decir que una película es lenta. Como si la medida para disfrutar o comprender una obra de arte fuera su velocidad. La vida virtual profesa la religión de la inmediatez. Hay que escribir rápido, urgente, porque dentro de cuatro segundos será demasiado tarde. Importa poco si escribir rápido implica escribir mal.

Y si la velocidad es el discurso dominante, su manifestación más visible es la impaciencia. Si un auto no avanza ante un semáforo en verde, bocinazos. No es posible aceptar la demora. ¿Cómo es que los peatones no se muevan rápido, para dejarle a uno el paso? ¿Cómo no están apurados? La idea de lo quieto, de lo que se ha detenido, es absurda para quienes no dejan de correr.

En ese contexto, un jugador como Riquelme es contracultural. Cuando detiene un contragolpe los relatores de la radio o de la televisión se vuelven locos. No les entra en la cabeza que él no esté urgido. Que no corra. Que no pase la pelota rápido, aunque sea un pase equivocado, para así llegar antes que el rival a alguna indeterminada parte. No es posible comprender, para los apurados, que ese jugador no esté absorbido por el discurso de la velocidad.

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En el fútbol, el apuro se traduce en correr. Jugadores que corren durante todo el partido. Corriendo se es más veloz, parece. Pero, como dijo el escritor Juan Sasturain, “Román maneja otro tiempo. En él, lo que debe hacer que se demore o se entretenga es la búsqueda por darle un mejor destino al balón. Dicen que se demora, pero te la da siempre segura. Es el valor de la posesión. Él prioriza eso, no dividirla. Y si la tiene que arriesgar, que sea en circunstancias en que las consecuencias de ese riesgo valgan la pena. Es un tipo de jugador que no se produce ahora por la superstición que rige hoy día el sentido común del fútbol. Hay un apuro muy grande”.

Jorge Bermúdez, compañero de Riquelme en Boca, cuenta: “Yo conocí un Román de dieciocho años, que era rápido física y mentalmente. En los últimos años tuvo que aprovechar mucho más su técnica, su estrategia, su facilidad para desmarcarse. Él no necesita correr más que el rival. Tuve la oportunidad de jugar junto a un jugador como Carlos Valderrama, y él con un solo toque hacía lo que otros jugadores, muy rápidos físicamente, hacían con cinco o seis toques. Y la velocidad no está en lo físico. A veces la velocidad es jugar en la instancia justa, en definir la acción antes de recibirla, en sacarse una marca con un pase, y Román lo hace con una facilidad increíble. Zidane era un jugador con esa calidad, que parecía lento pero nadie era capaz de sacarle una pelota. Parecía frenar el juego pero era el que hacía el juego más rápido”.

Ariel Scher completa el análisis y lo asocia con el necesario juego de conjunto que implica el fútbol: “Como Riquelme juega todo el tiempo el partido, y juega desde una idea del juego, es como si él viera variables en los otros que reconoce que con ellas él se asocia bien. Él dice ‘bueno, Clemente Rodríguez juega con esta característica, exploro y exploto esta característica’. ‘El Chelo Delgado, que en otra cultura deportiva quizás podría haber sido un velocista o un medio fondista, por su explosión en velocidad, yo lo uso de tal o cual manera’. Él tiene conceptos que tienen los entrenadores, pero puestos en la geometría del césped, del lado de adentro”.

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Sergio Cachito Vigil, que es entrenador de hockey, un deporte en el que se juega muy rápido, reflexiona: “Riquelme es un jugador que, mientras está parado en la cancha, corre. Lo que corre es su cerebro. Su cerebro no descansa nunca. Cuando él está detenido en el campo, está accionando la posible acción. Su acción está pasando por su mapa cerebral y está preparando a sus músculos para actuar. Y lo que tiene es una paciencia muy pocas veces vista. Su paciencia no es quietud, sino que es búsqueda permanente. Yo he observado otros jugadores (grandes jugadores) que cuando están parados están ausentes. Riquelme, cuando está parado, nunca está ausente, nunca está fuera del juego. Él está parado por algo y él está corriendo por algo”.

Reportaje: Diego Tomasi

Edición: Francisco Ortí y José David López.

Ilustraciones: Nacho López Arambarri y Santiago Toscani

InfografíaFrancisco Ortí

Fotos: Getty y agencias.