Cabecera reportaje "Cinco números 10"

En el 70 Brasil juntó a cinco fenómenos. Cuatro genios y un huracán: Pelé, Tostao, Rivelino, Gérson y Jairzinho.

Por Juca Kfouri

El fútbol lo inventaron los ingleses, pero los brasileños lo convertimos en arte. Brasil es un país exuberante, colorido y fiestero. En ocasiones, un tanto histriónico. Su fútbol, también. El estilo de juego de una selección nacional define la cultura de su país. O viceversa. Los italianos tienen el Catenaccio. Los ingleses, su fútbol directo y aguerrido. Los alemanes valoran la eficiencia por encima del adorno. Y en Brasil tenemos lo que en Europa se ha bautizado -con la ayuda de alguna marca deportiva- como Jogo Bonito. Para los brasileños siempre ha sido futebol-arte. Es un estilo espectacular y divertido, narcisista y repleto de adornos. Un estilo inimitable porque no se aprende en la escuela sino que nace en la genética, acaso en la calle. Solo un brasileño puede jugar a fútbol como un brasileño y eso es lo que provoca que ese estilo sea tan admirado en todo el mundo. Y es que los brasileños jugamos así desde que en 1894 Charles Miller introdujo en Brasil el “violento deporte británico” (considerado así por los diarios de la época).

Desde ese momento embrionario, los brasileños quisimos diferenciar nuestro futebol del football de los ingleses. Los futbolistas británicos se llamaban por el apellido. Los brasileños, por el nombre propio o un apodo. Unos, formales; los otros, desenfadados. En una crónica de 1919, el periodista Américo R. Netto ya refleja las sustanciales diferencias entre ambos estilos. “La escuela británica dicta que los delanteros lleven la pelota lo más cerca de la portería rival antes de disparar. Sin embargo, los de la escuela brasileña disparan desde cualquier ángulo. Tampoco avanzan todos juntos sino que se escapan dos o tres jugadores con el balón en velocidad, lo que desorienta a la defensa rival”, escribía el periodista. Por otro lado, se cree que el abuso del regate nació de la necesidad de los jugadores brasileños negros de esquivar el contacto físico con los blancos, quienes se empleaban con dureza contra ellos. Eso provocó esa sensación de fútbol bailado que, posteriormente, ha definido el estilo brasileño.

Por lo tanto, está documentado que Brasil nunca entendió que existiera otra forma de jugar a fútbol. Con ese estilo se lloró tras el Maracanazo, pero también se celebraron los triunfos en los Mundiales de 1958 y 1962. Pelé y, luego, Garrincha se convirtieron en ídolos nacionales al conducir a la Canarinha hacia el título de campeón del mundo. Precisamente por ese sentimiento de fútbol ilustrado, un deporte por y para el pueblo, Brasil ama a Garrincha incluso por encima de Pelé. La leyenda del Santos tiene la dimensión de futbolista planetario. Garrincha es esencialmente brasileño. Un estereotipo de piernas torcidas y pobre, pero creativo y feliz. La victoria de la Brasil de Garrincha en el Mundial 1962 posiblemente sea la que más influenciada esté por el rendimiento de un único jugador sobre el colectivo junto a la de Argentina en México 1986 con Diego Armando Maradona. Pero el gran triunfo de Brasil en la historia de las Copas del Mundo es el que se cosechó en 1970.

Brasil70

El imaginario colectivo considera que la selección de Brasil de 1970 es la mejor de la historia. Los triunfos cosechados por España durante los últimos años han reabierto el debate, pero a nivel de mística se trata de cuestiones incomparables. La Brasil del 70 continúa ocupando una posición casi divina en la historia futbolística. Según un estudio realizado en 2007 por la prestigiosa revista británica World Soccer, la Brasil del 70 es el mejor equipo que se ha visto sobre un terreno de juego. La FIFA también lo cree. Personalmente, tengo una opinión diferente y, aunque no tiene ninguna importancia, merece la pena explicarlo. Considero que la selección brasileña que se proclamó campeona en 1958 era aún mejor. Por la simple razón de tener a Pelé y Garrincha juntos. Y también a Didi, nombrado mejor jugador de la Copa del Mundo en Suecia, el primero de los cinco Mundiales que flotan convertidos en estrellas sobre el escudo nacional. Los tres han sido considerados los mejores jugadores del mundo en algún momento de la historia del fútbol y coincidieron en un mismo equipo. Nunca ha habido nada igual.

Garrincha regateando

En cualquier caso, es difícil derrocar a la Brasil del 70 de su condición de mejor equipo de la historia. Ganó la tercera Copa del Mundo para Brasil y lo hizo en el primer Mundial televisado a todos los continentes. Las miradas de todo el planeta apuntaban hacia un mismo lugar y allí estaban los jugadores brasileños para enamorarlas. Fue realmente un equipo extraordinario que dio una exhibición de principio a fin. Ganó a los seis rivales a los que se  enfrentó en el gramado mexicano. A todos, uno por uno ganó: Checoslovaquia (4-1), Inglaterra (1-0), Rumania (3-2), Perú (4-2), Uruguay (3-1) y, finalmente, Italia (4-1). Fue un recital impresionante.

Era una selección repleta de estrellas. En defensa contaba un fabuloso lateral derecho. No ha habido otro mejor que Carlos Alberto Torres. Al menos yo no lo he conocido. Pero la clave estaba del centro del campo en adelante. Mario Zagallo juntó a cinco fenómenos. Cuatro genios y un huracán: Pelé, Tostao, Rivelino, Gérson y Jairzinho. Por no hablar de Paulo César Caju, otro conductor fino, que acostumbraba a ser suplente, aunque jugó en lugar de Gerson, lesionado, en la sorprendente victoria en la fase de grupos contra Inglaterra, el campeón cuatro años antes. Cinco dieces (seis con Paulo César Caju) en estilo, ideas y creatividad, aunque no necesariamente llevaran la camiseta de los genios cada partido.  Pelé y Rivelino siempre llevaron el número 10. Era innegociable para ellos. Gérson acostumbraba a llevar el 8 por ser el favorito desde su infancia, pero sumó muchos partidos con el 10 paulista. Tostao, por su parte, pocas veces tuvo acceso al 10 en el Cruzeiro. Estaba casi reservado para otro genio llamado Dirceu Lopes (que nunca tuvo la oportunidad brillar en su justa medida con la Canarinha porque había sobredosis de talento en el centro del campo de Brasil en la época). Y Jairzinho era un diez con libertad que solo consiguió representarlo en la selección varios años después del triunfo mundialista.

Cinco números 10
Pelé con el médico

Durante el proceso de preparación para el Mundial de México, en Brasil existía un profundo pesimismo respecto a su selección. El país no confiaba en que se lograra el tricampeonato, mientras que los problemas internos provocaban que en Europa no se viera a la Canarinha como una de las favoritas. En la prensa se describía a la selección brasileña como un equipo con “actuaciones mediocres”, “falto total de uniformidad en los planteamientos” y que cometía “tremendos fallos”. Incluso se asegura que se “debe reconsiderar la idea generalizada de que Brasil ganaría la Copa del Mundo en México vistos los últimos acontecimientos”. “En Brasil todo el mundo pensaba que el equipo era una broma. Estábamos tan desacreditados que incluso algunas personas pensaban que no lograríamos superar la primera fase”, recuerda Rivelino en L’Equipe. Todos partían con ventaja sobre los brasileños. Inglaterra era la vigente campeona. Alemania e Italia estaban consideradas entre las favoritas. Hasta Uruguay parecía tener más opciones de abrazar la copa Jules Rimet por tercera vez en su historia.

Brasil70

Tampoco ayudaba a combatir el pesimismo el mal recuerdo que se guardaba del Mundial de Inglaterra cuatro años antes. Los brasileños regresaron de aquel torneo con la sensación de que el fútbol europeo había evolucionado a un ritmo superior al suyo. A la técnica con la que ya contaban, los europeos le habían sumado una excelente preparación física. Sin embargo, esa sensación negativa fue una de las claves para la creación de la maravillosa selección de Brasil que brilló en México. Provocó que tanto la federación brasileña como los jugadores se convencieran de que el apartado físico representaba un pilar básico para poder medirse a los equipos europeos y debían cuidarlo como tal. Hasta ese momento, los brasileños consideraban que bastaba con la técnica, pero el fracaso en Inglaterra ‘66 supuso un punto de inflexión en la mentalidad brasileña y sus métodos de preparación. La federación desarrolló un plan de entrenamiento a dos años vista para que los jugadores llegaran en las mejores condiciones físicas al Mundial de México. Periódicamente se convocaba a los internacionales brasileños para realizar concentraciones preparatorias. Una de ellas tuvo lugar en Bogotá, a 2.630 metros de altura. Durante veinte días los jugadores se ejercitaron en una situación límite, con la pertinente escasez de oxígeno, para mejorar la resistencia física.

Tres meses y medio antes de que arrancara el Mundial de México de 1970, la selección de Brasil se encontraba en total descomposición. El vestuario se había convertido en un hervidero de egos. Su seleccionador, Joao Saldanha, estaba completamente zarandeado por las críticas. Tras cosechar un bochornoso empate en un partido de entrenamiento contra el Bangú, la situación de la Canarinha se volvió terminal. Tostao estaba en fuera de juego tras haber sufrido un desprendimiento de retina que le impedía saltar al campo; Rivelino estaba harto de ver los partidos desde el banquillo, relegado continuamente a un segundo plano y Pelé, que había regresado a la selección después de dos años de ausencia, no soportaba a su entrenador: su relación con Saldanha era insostenible. En un amistoso contra Argentina que Brasil acabó perdiendo, Pelé enfureció de tal manera a su seleccionador que éste comenzó a difundir el rumor de que O’Rei era miope y que pronto se vería obligado a abandonar el fútbol. Zagallo cuenta que esas acusaciones fueron las que provocaron que Pelé intentara marcar desde el centro del campo contra Checoslovaquia en una de las acciones más recordadas de la historia. La jugada que se ha bautizado como ‘el gol de Pelé’ pese a que no fue gol. Con ella, pretendía demostrar que su vista se encontraba en perfecto estado.

Saldanha fue un incordio para el poder a causa de sus inclinaciones comunistas

Y es que el epicentro de los males que afectaban a la Canarinha era el propio Joao Saldanha. Existía un divorcio manifiesto entre el seleccionador y la estrella futbolística del país, pero también con el gobierno. Saldanha fue un incordio para el poder desde el mismo momento en el que se sentó en el banquillo de la selección. Brasil se encontraba sometido bajo una dictadura militar desde el golpe de estado de la noche del 31 de marzo de 1964. Saldanha era un comunista, activo y, lo más peligroso para el gobierno, popular. Su elección era confusa desde el punto de vista político, pero también desde el deportivo. Apenas contaba con experiencia en los banquillos y, además, llevaba diez años sin sentarse en uno. Se dice que Joao Havelange apostó por él, confiando en que al ser periodista, los medios de comunicación serían afines a su figura y no recibiría críticas. Havelange no debía de conocer a muchos periodistas cuando tuvo aquella idea. Pocos seleccionadores han sido tan atacados por la prensa como Saldanha. Tampoco caía demasiado bien entre sus compañeros de profesión, quienes le veían como un invasor. Su enfrentamiento más celebre lo vivió con Dorival Yustrich, entrenador del Flamengo, al que llegó a amenazar pistola en mano después de que éste le hubiera criticado.

Titular Saldanha

Pero más allá de las locuras, antipatías o roces personales con alguno de sus jugadores, el principal problema de Saldanha eran sus creencias políticas. La relación era insostenible. Conforme se acercaba la celebración del Mundial, al gobierno militar le irritaba cada vez más la idea de que un comunista levantara la Copa Jules Rimet para Brasil. Desde el poder se orquestó una estrategia para provocar su salida de la Seleçao. Se inició una conspiración que buscaba desacreditar públicamente la figura del seleccionador y robarle la popularidad. Se contaba incluso con ‘agentes dobles’ infiltrados en el propio cuerpo técnico de Saldanha. El preparador físico, Claudio Coutinho, era afín al gobierno y dinamitaba al seleccionador desde dentro. Pelé, por su parte, representaba otra herramienta comercial perfecta para contrarrestar el afecto del pueblo a Saldanha. El caldo de cultivo encontró su punto culminante faltando tres meses y medio para el Mundial. El empate contra el Bangú supuso la excusa perfecta para ejecutar a Saldanha. Los internacionales -todos menos Pelé- se unieron para evitar la destitución, pero la decisión ya estaba tomada. La conspiración alcanzó su objetivo. Saldanha ya era historia.

zagalo_1962_Chile

Mario Zagallo ocuparía su puesto. La federación apostó por un hombre cómodo para el poder y para los propios jugadores. Ejercería un papel cohesionador que supo interpretar a la perfección. El ‘Lobo’ evitó pisar el fango en cualquier terreno. No se pronunció en cuestiones políticas ni se enfrentó a sus jugadores. En el vestuario de la selección se aplicó un modelo de autogestión. Pelé, Carlos Alberto y Gérson aprovecharon el vacío de poder para erigirse como líderes y el equipo se rediseñó a sí mismo. La herencia que había dejado Saldanha no tardó en desaparecer. El cambio más drástico fue el papel de Rivelino, que pasó de estar relegado al banquillo a ser titular indiscutible. El jugador del Corinthians encontraría su sitio en la banda izquierda, actuando de enganche escorado a la banda. Gerson y Pelé se moverían por el territorio del diez, mientras que Jairzinho partiría de la banda derecha, pero debería dejarse ver por la posición de nueve. Faltaba por encajar a Tostao.

Pelé celebra el Mundial de Brasil 70
Celebración gol Brasil70

Reportaje: Juca Kfouri y Francisco Ortí.

Video: ElEnganche.es.

Edición: Francisco Ortí y José David López.

Ilustraciones: Fulvio Obregón, Javi de Castro, Jorge Lawerta y Julián Rodríguez.

Infografía: Eduardo Carrillo.

Recortes prensa: Mundo Deportivo, Placar, AS y Marca

Fotos: Getty, agencias y Marina Miras.


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