Secciones Edición: 06

Una última noche con Marco Van Basten

Por Fran Alameda (@Fran_Alameda)

Que la vida es un tiovivo seguro que lo ha dicho alguien antes; incluso puede que sea una frase manida. Sin embargo, no deja de ser cierto que el infierno y el paraíso, el éxito y el fracaso, la suerte y la desgracia, están tan cerca que a menudo parecen hermanos. De esto sabe un jugador especialmente talentoso, brillante y efervescente, y, curiosamente, no mitificado por la desgracia, sino casi olvidado por su intrascendencia posterior. Marco van Basten es, según una votación pública de su país, el segundo mejor jugador de la historia de Países Bajos. Solo superado por uno de sus padres futbolísticos, Johan Cruyff. No hablamos de un cualquiera, sino de una estrella que lo tuvo todo, incluso un tobillo de cristal, para ser eterno.

Las estrellas tienen grandes noches y es enormemente difícil seleccionar una cuando se han conseguido tres Balones de Oro (segundo de la historia con más galardones), pero, obviando el flash de la Eurocopa de 1988 contra la URSS en la que van Basten marca de bolea escorada y fulminante a la escuadra contraria, Marco, glorioso y desgraciado cisne holandés, firmó un verso de oro en la primera Champions League de la historia. Él no sabía que aquella noche sería su última verdadera gran noche y la primera grande a nivel individual de la mejor competición de clubes del mundo, pero la historia así lo recuerda.

Van Basten con el MilanMarco van Basten había llegado al Milan en 1989 después de ser ‘Bota de oro’ y ya estrella en el Ajax. Su aclimatación fue lenta, pese al talento que rodeaba al holandés. Lesiones, fútbol distinto y una personalidad singular no ponían las cosas especialmente sencillas, pero El Cisne de Utrecht lo hizo y de qué manera. Tras temporadas exitosas a todos los niveles, aparecía la temporada 1992-1993, donde ya Van Basten comenzó a firmar actuaciones discontinuas, aunque brillantes. Y llegó el día.

25 de noviembre, Milan. Ni frío ni calor, sino todo lo contrario. San Siro recibía al Göteborg en la fase de grupos. La máxima competición europea, con nombre nuevo, se estrenaba en el que quizá era uno de los equipos del momento. Todos los focos estaban puestos sobre el Milan que comandaba Capello desde el banquillo y los Rijkaard, Baresi, Costacurta, Maldini, Gullit, Papin o Van Basten desde el campo. El equipo imponía desde el primer hasta el último nombre, pero ese 25 de noviembre tenía una inscripción reservada para el mejor de todos ellos, ya no solo por el cómo sino por la forma. Sin embargo, los primeros veinte minutos fueron del Göteborg, que dominó el espacio y dispuso de alguna contra. Papin, el último Balón de 0ro, había llegado al Milan para acompañar arriba a Van Basten. Tuvo dos ocasiones claras (un tiro al palo y un uno contra uno delante del portero). Papin, goleador por castigo, falló. Aquella noche tenía un nombre escrito y los astros, que ninguno existe pero todos parecen alinearse, se volcaron a favor de Van Basten.

La temporada anterior, El Cisne de Utrecht ya había tenido problemas con las lesiones. Su tobillo y su rodilla habían saludado de mala manera y tuvo interrupciones serias. Aquello parecía una advertencia y fue acarreando a Marco, pero él siguió jugando. La temporada del Milan comenzó arrolladora en Liga y todos querían que la Champions no fuese menos. Realmente, la plantilla lo exigía así, pues nombre a nombre cortaba la respiración. En Europa ya iban dos temporadas sin asomar la cabeza y les tocaba. Todos convencidos. Desde Il Cavaliere, que ya mandaba, hasta Van Basten. El balón llegaba raso desde la banda y Van Basten, con ese bendito recurso que es tener ojos en la parte posterior de la cabeza, dejó que pasara para que Papin le devolviera una falsa pared. El holandés había driblado a un rival con la finta y se plantó a la altura del punto de penalti para proteger como un genio delante del defensa que le empujaba, usar su elegante cuerpo y mandarla a la escuadra. 1-0 y dos acciones de genio. Lentini comandó un contragolpe del Milan. Cuatro contra tres. El italiano, que corría como si le estuvieran robando en casa, disparó desde la frontal con rotunda comodidad y mandó el balón también al palo. El partido suspiró y miró a los ojos de Marco Van Basten.

Capello, ante las bajas de aquel partido, había situado a Massaro, que oficiaba habitualmente como delantero, de lateral izquierdo por la baja de Maldini. Defensivamente el equipo se había resentido, pero en el minuto 50 comenzaría el principio de la gran noche que devino en historia. Papin centró desde la banda derecha y Van Basten provocó un penalti mientras forcejeaba con el defensa. El balón le pasó por debajo del cuerpo a Ravelli (portero del Göteborg) y 2-0. El partido había vuelto a guiñar el ojo al Cisne.

Aquella noche tenía un nombre escrito y los astros, que ninguno existe pero todos parecen alinearse, se volcaron a favor de Van Basten

Van Basten había completado, hasta la fecha, un año bueno con el Milan, pese a las interferencias, y una Eurocopa discreta con su selección, donde brilló su competencia, un delantero joven del Ajax que se llamaba Dennis Bergkamp, aunque El Cisne también fue elegido dentro del mejor once del torneo. Su 1992, desde luego, no apuntaba más que a lo colectivo de la temporada que acababa de comenzar. Sin embargo, es posible que el 3-0 cambiara todo y no solo por la cuestión numérica del resultado, sino también para el ánimo de Hristo Stoichkov. Van Basten recibió un centro por alto de Eranio, pero ligeramente atrás, el ariete dio la espalda a Ravelli (de apellido italiano, pero nacionalidad sueca), saltó y en el aire impactó el balón de chilena. El arquero rozó el balón pero no consiguió sacarlo. Marco acababa de lograr el gol más bello de esa edición de la Copa de Campeones.

Pero la chispa de Van Basten seguía encendida. Jugaba como si los tobillos no fueran de cristal y sí de plomo bañado en oro. Cada gesto hacía salivar a San Siro como si fueran perros de Pavlov. Rijkaard condujo por el carril central el balón, buscó a Marco, que estaba quieto a tres metros de la frontal y de espaldas, en la soledad de la muchedumbre. El Cisne recibió, se orientó y picó el balón como si lo diera con la mano por encima de la defensa. El control de Rijkaard fue malo y la reacción de los defensas rápida, pero inexacta, el balón quedó saludando a Van Basten, que lo recogió, lo pisó, regateó a Ravelli mientras sonreía y empujó el balón a puerta vacía. El holandés acababa de firmar cuatro goles en el estreno de la Champions League en Milán. Él era Marco Van Basten y había colocado un soneto exacto en consonante donde la historia decía que pegaba un verso asonante y discreto. Se había vuelto a salir del guión del talento y esto tendría consecuencias.

Stoichkov con el Barcelona“Berlusconi me ha robado el Balón de oro”, cuenta la leyenda, y no parece más que eso o una confesión privada, que dijo Stoichkov cuando se enteró de que su liderazgo indiscutible en la selección y en el Barça campeón de la última Copa de Europa (con ese nombre) no era suficiente. Él moría de ganas, pero France Football anunció que era Marco Van Basten el ganador de su tercer Balón de Oro. Nadie sabía que sería el último, pero aquella temporada el Milan, tras ganar todos sus partidos en competición europea, perdió la final contra el insulso Olympique de Marsella (1-0) construido a base de orden, pulmón y mucho dinero. El partido de Van Basten sería un desastre; ya llegaba lesionado y el dolor le impedía moverse. Pero la tempestad llegó después de la calma para contradecir el refrán.

La noche contra el Göteborg había girado todo. Las votaciones estaban claramente inclinadas e incluso el propio Van Basten daba por sentado que Stoichkov ganaría el Balón de Oro. “No se votaba fuera de Europa, no se veía apenas fútbol fuera de Europa, no se veía el fútbol que se ve ahora…”, explica a El Enganche Francesc Aguilar, periodista y único español partícipe de la votación al Balón de Oro. Es cierto, Marco Van Basten ganó el Balón de Oro por aquella exhibición a final de año, en plena efervescencia de recogida de votos. Lo ganó por eso y, siendo honestos, por el poder mediático. Berlusconi comandaba la nave mediática de Italia y expandió los goles de su hombre (Il Cavaliere llegó a la par que Van Basten; uno mandaba en los despachos y el otro en el campo). Los goles de Van Basten corrieron como la pólvora por Europa y la desmemoria del fútbol unida al carácter de Stoichkov y el brillo colectivo del Barcelona, decidieron la votación. El mejor jugador del Barça era su equipo consideraron muchos; el del Milan, Marco van Basten. Aquella exhibición no se repitió en escenario, aunque el Cisne repitió goles de una sentada como si fuese cosa de masticar chile, algo automático.

A Stoichkov le costó un enorme enfado y casi una depresión. El galardón estaba en su mano y él lo sabía (“Dime, dime, ¿está ya la votación terminada?”, preguntaba el búlgaro, según cuenta Aguilar), pero la pólvora televisiva de Silvio (“¡Me lo ha robado Berlusconi!”) había convertido a Van Basten en espuma. Hasta tal punto que sentencia Francesc Aguilar: “Ahora, con la cantidad de información que recibimos, Van Basten no hubiera ganado aquel Balón de Oro”. La Ley de la Gravedad, a grandes rasgos, se basa en que todo lo que sube, baja.

Aquel prometedor inicio de 1993 se quedó en el limbo cuando su tobillo, después de numerosos avisos en forma de dolores y molestias, hizo click. O clack. O pum. Quebró. Después de un partido contra el Ancona, Van Basten paró y el infierno comenzó a cruzarse en el camino del paraíso. La final de la Champions fue para olvidar, el año siguiente para no recordar, Van Basten no pudo disputar el Mundial y, finalmente, en 1995, sin apenas disputar más minutos desde la derrota contra el Marsella, Marco abandonó. Tenía 30 años, una edad perfecta para haber hecho historia.

“La persona que más dañó mi tobillo no fue un jugador, sino un cirujano”, explicaba Van Basten después de su retirada. Marco creía en la excelencia y la propia presión le llevó a exprimir su tobillo igual que su cabeza. Esa misma tensión es la que ahora, 19 años después, su corazón haya pedido limpiarse el sudor. Los problemas del corazón le han alejado de la dirección técnica del AZ y ahora Pies de seda no es más que un asistente pegado al fútbol y vigilante de los jóvenes que quieren derrumbar las puertas del primer equipo. Una depresión por la muerte de su padre y los problemas del corazón avisaron de que la exigencia, propia y externa, debía frenar. Como su tobillo frenó en 1993, como toda su carrera devino a la desgracia después de cruzarse la efervescencia del éxito de una noche y un Balón de Oro con otra noche y un click en el tobillo. La vida es un tiovivo.

 


 

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