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Rot Weiss Essen: Helmut Rahn, el ‘Oro’ de los humildes

Alemania en el Mundial de 54

Por José David López (@elenganchejd)

Matt y Robert esperaban en la puerta, sonrientes y sin mediar palabra por los nervios. “¿Cuándo va a bajar?, repetía por tercera vez el hijo en apenas un minuto. “Como tarde 5 minutos más, nos vamos”, ironizaba el padre con gesto confuso. Ambos llevaban meses esperando el acontecimiento del año en la ciudad, habían comprado las entradas casi antes de ponerse a la venta y tenían espacio Vip para las zonas más privilegiadas. Cada uno de ellos llevaba sus mejores galas automovilísticas. Poster, gorros y una cámara de fotos pegada al cuello, eran parte de la vestimenta, pero el abuelo Ralf, tardaba en aparecer. Harto de la espera, el nieto subió las escaleras desesperado en busca del miembro que faltaba para completar la ‘expedición Motor Show de Essen’. Llamó a la habitación, abrió la puerta y vio al abuelo rodeado de ropa, libros y sábanas. Estaba desesperado. “¿Qué haces, abuelo?, te estamos esperando y estás aquí destrozando todo, gruñía el joven. Ralf escuchó, paró y se dejó caer en la cama boca arriba: “Es que no encuentro la foto. La estuve preparando estos días y la había dejado a mi vista para no olvidarla, pero ahora no la encuentro, no la encuentro”, explicó. “¿Qué foto, abuelo?, preguntó. “La de Helmut, la del título, la de la pelota”, respondió de inmediato. ¿No será ésta?, mostró el nieto. “Ésa, ésa… ¿Cómo la has encontrado?, intentó entender. “La tienes en la mesa, abuelo, la habías preparado y me lo contaste ayer, pero lo has debido olvidar otra vez. Cógela, ven conmigo y vámonos, que al final se nos hace tarde”, tranquilizó con rapidez.

Eran apenas 20 minutos de trayecto, suficientes para que padre e hijo bromearan con los coches que iban a probar y con el que, si había suerte, iban a intentar llevarse a casa por un módico precio. El abuelo Ralf solo miraba aquella foto que tanto le había costado volver a tener entre manos por su maldito Alzhéimer y, de vez en cuando, asomaba la vista hacia el cristal. Realmente no querían preguntarle para no comprometerlo, pero nadie entendía por qué el abuelo había puesto interés en acudir a la fiesta del motor de Essen cuando jamás había mostrado el más mínimo interés en los coches. Además, intentar no perderlo de vista entre más de 300.000 visitantes, era una preocupación añadida para sus familiares. Pero a su edad, solo ver su sonrisa, era suficiente para que pasaran un día juntos. Al llegar, los grandes recintos llamaron su atención y mientras pagaban el parking para iniciar el camino a pie, Ralf desapareció. Gritaron, buscaron y hasta movilizaron a la seguridad del evento, pero el abuelo no aparecía. Tres horas después, junto al stand de un pequeño concesionario local de Essen, un chico avisó de su presencia a los policías y todos se apresuraron hasta allí. Ralf estaba charlando distendidamente, sentado en una cómoda silla y con una cerveza en la mano. “Dos goles, uno de cabeza y el portero llegó tarde al centro. No fue capaz de pararte en toda la noche”, narraba con total eficacia y con descarada memoria. “Sí, el portero me había dicho minutos antes al oído, que no le iba a marcar ni un gol y quería intimidarme”, le respondía su compañero de tertulia futbolera, algo más mayor incluso que él. “¿Qué pasa?, ¿Dónde te habías metido?, Nos has asustado y estábamos buscándote”, dijo cabreado Matt, rompiendo la conversación. “He venido a ver a mi ídolo, que aunque le gusta vender coches, era mucho mejor marcando goles”, reía el abuelo. “Me prometió que me iba a firmar la foto cuando nos la tomamos en 1955 y ahora, muchos años después, podía volver a verlo y recordarle que no había cumplido”, se mofaba. El protagonista de aquella foto, el culpable del interés repentino por acudir al evento y el epicentro de todos los recuerdos limpios y transparentes que Ralf había recuperado, era aquél anciano charlatán. Hoy, ya fallecido. Por entonces, vendedor de coches. Y antes, mucho antes, el único futbolista que estuvo entre los candidatos al Balón de Oro en historia del modestísimo Essen: Helmut Rahn.

Helmut-RahnTenía pelo vigoroso, mucha velocidad y una gran capacidad para ganar balones por su físico. Cualidades con la pelota pero, sobre todo, aptitudes que su familia había sabido aprovechar para las actividades mineras que levantaban y daban de comer cada día a su estómago y al de sus tres hermanos. No paró de empujar, trasladar y atar sacos durante sus primeros años de vida, pero cuando se le dibujaba una sonrisa en su cara, es que estaba jugando al fútbol. La pelota le llegó a los 9 años, se la regaló su padre a todos los niños de la casa tras haber ayudado más que nunca en la época de lluvia, y unos días después, llegó a casa empañado, con las zapatillas rotas y con la camiseta absolutamente bañada en barro. “No podía decir que no y mira lo que me han dado”, dijo a su madre mientras enseñaba unas frutas que, por marcar varios goles, le había regalado su primer entrenador. Era una forma de ganarse su confianza y la de sus padres, que rápidamente entendieron que su pequeño Helmut tenía cualidades muy valorables en el fútbol. Dos días después, el mismo entrenador que le había dado la cena familiar, acudió a su casa y se llevó al pequeño nuevamente a entrenar. Era su primer club, un modestísimo SV Altenessen en el que aprendería a sacar beneficios de su aceleración, su desborde, su rapidez para girar y una inexplicable capacidad de pelea para obtener resultados.

Pero aquellas grandes virtudes iban a tener infinidad de obstáculos que superar. Una enfermedad familiar grave, una enorme falta de recursos para mantener alimentación estable y, sobre todo, el estallido más feroz de la II Guerra Mundial, trastocaron su comunión perfecta con el club de su infancia, el que tuvo que abandonar tras ocho años para fichar por el SC Oelde 1919 con 17 años. Fue un salto mínimo en nivel, pero sí en su formación, porque Helmut se convirtió en un joven consciente de que los sacrificios de quienes le rodeaban y su propio trabajo diario, solo iban a tener valor económico si era capaz de convertir sus habilidades en marcos. En cuanto la madurez hizo acto de presencia en sus actos, los goles empezaron a surgir y tras macar 52 en varios, consiguió dar un paso más hacia el profesionalismo con el Sportfreunde Katernberg, el enésimo club de la ciudad. Su velocidad, fuerza y energía, llamaron por fin la atención del gran club de su zona, del que siempre había querido defender y del único que iba a poder valorar en monedas, todas sus pretensiones personales. Rahm fichó, ya de manera ‘profesional’ (según los cánones de aquella época), por el Rot-Weiss Essen. Un club, al que le iba a cambiar la historia.

Essen es, futbolísticamente hablando, un entorno ideal por la cantidad de clubes que surgieron en épocas de mayor explotación minera a mediados del siglo pasado. Pero de igual manera, es la ciudad menos poderosa de cuantas se reúnen en torno a la Cuenca del Ruhr. A mitad de siglo, justo cuando aquella joven perla minera llegó al club rojiblanco, la situación era completamente opuesta a la que hoy se ejemplifica cada semana. El Borussia Dortmund y el Schalke, los dos gigantes comarcales actualmente, también atravesaban momentos espléndidos, pues habían logrado no solo tener a las mejores aficiones del país gracias a la enorme actividad comercial e industrial de su zona, sino que surgían más chicos y jóvenes de nivel capacitados para reforzar a precios de saldo a los clubes con los que siempre soñaron. Con el dominio nazi, los sistemas futbolísticos se reestructuraron, se instauró un nuevo torneo llamado Gauliga (que duró hasta 1963, que se inició la actual Bundesliga). Y en esos años de experimentación, donde los clubes del oeste se mostraron más fuertes y competitivos que nunca, todos levantaron títulos. Dortmund festejó, Schalke festejó y el hoy vecino pobre, festejó como nunca habría imaginado y se convirtió en el equipo referencia nacional. Karl Hohmann y Fritz Szepan, técnicos de la escuela más física pero con influencias de ritmo alto de juego, crearon diferentes proyectos en sus etapas en el club, hasta que la mezcla de ambas ideas, generó una concatenación de futbolistas fuertes, jóvenes y muy dotados técnicamente. Herkenrath, Kochling, Islacker, Wewers, Wientjes o Termath, fueron mejorando varios años juntos. Sin embargo, la eclosión más impresionante que se recuerda, la protagonizó Rahm que con varios goles, regates en velocidad y su magnetismo para atraer balones con los que romper a los rivales en carrera y energía. Apenas semanas después de debutar en la élite germana, la mismísima selección llamó a su puerta. Alemania reclamaba a la nueva estrella y Helmut, “nervioso, sin capacidad de hablar y con una ilusión que en ese momento no era capaz de interpretar” (como dijo años más tarde), debutó en un amistoso contra Turquía celebrado en Estambul el 21 de Noviembre de 1951 que finalizó con victoria visitante por 0-2. Casi ni tocó la pelota, per su carácter le hizo mejorar esas sensaciones internas y en el segundo partido, días después ante Luxemburgo, puso el broche definitivo a una goleada (4-1) donde además, él protagonizó la mejor asistencia del encuentro previamente. Allí apareció el nuevo mito de Essen.

“Estaba nervioso, sin capacidad de hablar y con una ilusión que en ese momento no era capaz de interpretar” – Rahm sobre su debut con Alemania

Su primera gran aparición en el club, fue copera, logrando superar barreras imprevisibles. SSV Jahn Regensburg, VFL Osnabruck, el mismísimo Hamburgo y SV Waldholf Mannheim, quedaron por el camino en eliminatorias previas y, en la gran final, dieron el primer gran momento de la historia del club. Era 1952 y el Essen, venció en la Copa al hoy igualmente debilitado Alemania Aachen. Pero más allá de la locura desatada en torno al equipo y a que jamás habrían intuido ser capaces de competir entre los mejores, el gol clave de aquella final llegó tras una arrancada potente llena de fuerza y una definición sublime con convicción. La inventó, la creó y la certificó un extremo derecho tenaz que se asomó esa noche a los altares. Rahm necesitó apenas un año para pasar de ser el joven al que iban a empezar a dar oportunidades, a convertirse en el extremo creativo y veloz que definía finales para ganar títulos. El primero de la historia, tiene su sello y, desde ese gol, sus galones se impusieron en el vestuario, en la afición y en el club, que le coronó líder y le apodó para la posteridad como ‘Der Boss’ (el jefe). Pero antes de busca el éxito con su club, Rahm tenía una oportunidad única con Alemania.

Desde la Segunda Guerra Mundial, Alemania se dividió en dos nuevas selecciones (Alemania Democrática y Alemania Occidental) y fue en esos años cuando más éxito lograron, quedando instalados de por vida como potencias mundiales. Cierto que Alemania Federal no participaría en la primera edición del Mundial por el conflicto bélico y que en 1950, tampoco tuvo presencia por prohibición de la FIFA como repudio a los crímenes cometidos durante aquél trágico contexto. Una vez superados esos problemas, con Europa cada vez más presente en torneos futbolísticos y alcanzando mayor competitividad, fue el visionario Sepp Herberger (en su segunda etapa con la selección), quien sembró el primer gran momento del fútbol teutón. En 1954, los alemanes eran una creciente generación de futbolistas que estaban destacando en el fútbol nacional, con genios de la época como Horst Eckel, Werner Liebrich, Ottmar Walter y el ya citado capitán, Fritz Walter. Pero la diferencia para acabar desatascando en momentos determinantes, corría de un Helmut Rahn imparable en tierras helvéticas. Una goleada ante Turquía (4-1) parecía recalcar su buen momento de forma, pero Hungría, considerada en ese momento la mejor selección del momento y una de las históricas por formar con la mística de los ‘Magiares Mágicos’, les frenó en seco con un marcador desastroso que hizo descontrolar varias premisas básicas de Alemania. Un terrible (8-3). El partido de desempate para acceder a la siguiente fase, sí fue cómodo nuevamente ante Turquía, donde además jugaron varios suplentes y existieron rotaciones en busca de descanso para jugadores determinantes (7-2). Un 2-0 a la antigua Yugoslavia y un formidable 6-2 ante los vecinos de Austria, reactivaron las mejores previsiones para la finalísima.

Allí esperaba nuevamente una Hungría que de la mano de Lóránt, Kocsis, Hidegkuti, Czibor, Tóth y sobre todo de su rematador Ferenc Puskás, sumaba 33 partidos consecutivos sin perder antes de esa cita. Pero en el Wankdorfstadion de Berna entraron en juego cientos de factores externos a un partido de fútbol, siendo la intensísima lluvia, una de las claves, que permitió que el mayor físico alemán, tuviera una incidencia decisiva. Más aún cuando, tras apenas diez minutos, Puskás y Czibor ya daban dos goles de ventaja a los húngaros, que se relajaron en busca de mantener tranquilidad y dejar pasar minutos. Los alemanes no decayeron y cuando el césped dejó de serlo para convertirse en una infatigable acumulación de barro, reaccionaron de inmediato. Primero con Morlock y, después, con la aparición del que iba a ser absolutamente histórico desde ese día. Helmut Rahn igualó primero y decidió después, con sendos disparos desde fuera del área, incluso con la pierna izquierda que tantas veces citaba como “la más decepcionante de cualquier futbolista”. A falta de seis minutos para el final, el chico minero de Essen, que portaba el número 12, cambiaba el rumbo. Una acción que desde ese zurdazo ajustado al poste tras interiorizar y recortar rivales, acabó por pasar a la leyenda de los goles claves en citas mundialistas. ¿Creen que estoy loco, pensáis que estoy loco, pues todo alemán debe tener el corazón encogido ante el entusiasmo de nuestro equipo”, citó en la ya mítica emisión de radio Saarbrücken ese 4 de julio 1954, el periodista Herbert Zimmermann y una voz que para cada alemán, es la voz del ‘Milagro de Berna’. El zapato izquierdo con el que disparó a la red, está desde ese instante en el Museo Alemán de Fútbol en Dortmund. Un gol, que se traducía en el primer título de Alemania en la historia de los mundiales y que, además, tenía un valor incalculable para una nación devastada por la guerra. El fútbol, la garra de ese grupo alemán y Rahm, sobre todo Rahm, pusieron la primera piedra para hacer renacer al país.

rahm

Aunque si se trataba de revolucionar y reactivar, lo que logró meses después, ya en 1955, en el Niedersachsenstadions de Hannover, fue la verdadera muestra de cómo un grupo de humildes familiares de las minas, pueden aspirar a cualquier sueño. Liderando con su carácter, sus regates y sus goles aquella generación de Essen, se plantó en la cita clave del campeonato alemán ante el Kaiserslautern, dominador esos años porque, entre otras cosas, estaba formado por la columna vertebral de la Alemania campeona del mundo. Su pelea liguera fue intensa y hoy histórica, pues todo se decidió en una final apoteósica entre el que ya era el auténtico genio de la nación, Fritz Walter (capitán y líder del Kaiserslautern) y el joven que pretendía desbancarlo a todos los niveles. El primer asalto estaba adjudicad esa noche. Los Diablos Rojos se adelantaron pero Essen giró hasta ponerse con dos goles de margen, algo que nuevamente lograría reducir un enemigo que, además, crecía por minutos. Sin embargo, en el instante final, Franz Islacker batió a Willi Holz y dio el título al equipo de Renania Norte-Westfalia. La victoria suponía el primer campeonato del club y el gran reto por el que Rahm había estado peleando se consumaba en una noche mítica y premiada por los analistas del fútbol germano entre las más históricas. Aquella noche no hizo sino refrendar el gran proyecto creado por Fritz Szepan (que ya había sustituido a Karl Hohmann), que estaba perfectamente estructurado en conservar opciones para pelear por cualquier reto y que había encontrado el líder definitivo para convertirlo en realidad. Essen tenía su icono. Alemania tenía su icono.

La primera aparición del club en competiciones de máximo nivel continental, con la puesta en escena de aquella Copa de Europa que sonaba a un cielo inalcanzable poco antes en Essen, fue un auténtico … desastre. En el primer cruce (recordamos que antes el torno era por eliminatorias), una serie de lesiones que limitaron la presencia de varios jugadores determinantes y del propio Rahm, acabó por penalizarles gravemente. Una goleada increíble de los escoceses del Hiberniam con un implacable 0-4, dejó una estampa dolorosísima en el que, aún hasta ahora, fue la única noche de élite europea en el coqueto y extinto Georg-Meiches y en la historia de la ciudad de Essen. Esas lesiones, falta de continuidad e irregularidad que se cebaron con Rahm y su equipo esa campaña, debilitó las sensaciones positivas del grupo, no se pudo defender el título y terminó en zona media, como haría un año más tarde, siendo octavo tras revolucionar su ataque con caras nuevas. Además, eran años donde sus rivales cercanos empezaron a reaccionar y la imposibilidad del club para levantarse, al tiempo que la cada vez mayor edad de sus jugadores clave, le hicieron perder fuerza en posiciones de privilegio y caer en picado en sus metas europeas. Helmut Rahn siguió luchando, peleando cada metro, marcando goles y buscando metas que cumplir con los suyos, pero la esperanza se fue apagando y las urgencias por conocer donde estaba su límite, empezó a multiplicarse partido a partido. Como si la mentalidad ganadora de quienes armaron esa dinámica nunca antes imaginada, se hubiera perdido en la fosa más profunda del mar. Ese caos también alcanzó en parte a la selección de Alemania, que durante años, apenas pudo disputar amistosos y con pésimos resultados ante Bélgica, Italia, la URSS o la República de Irlanda, lo que dejó un panorama muy triste para el Mundial de 1958, donde el extremo diestro se perpetuaba como fijo una vez más, aunque esta vez, casi estuvo solo en la búsqueda del nuevo entorchado. Rahn fue mucho más determinante, tenaz, peleón y efectivo que nunca, pues marcó seis goles en la fase final, aunque ni sus mejores cifras lograron impulsar a los germanos a la final, cayendo en el paso previo ante los anfitriones, Suecia, y siendo finalmente cuartos. Una imagen correcta para las expectativas, peor alejadas de los que sí preveían un nuevo título. Ese partido por el tercer y cuarto puesto ante Francia fue, según sus palabras años después, el que le hizo, sobre todo, perder aquello que más ilusión le hacía: El Balón de Oro.

La primera aparición del Rot Weiss Essen en Copa de Europa fue un auténtico desastre

Los analistas le dan la razón. Si nos retrotraemos en el tiempo, tras haber ganado el Mundial en el 54 y seguir en una línea ascendente concretada poco después con ese título de Liga alemana con un modestísimo del fútbol alemán convertido en intocable, muchos especialistas habrían apostado entonces por Rahm como el mejor jugador del año. Pero en ese año, su mágico 1954, aún no existía el Balón de Oro (empezó en 1956). Por ello, cuando tras ese Mundial de 1958 Alemania quedó cuarta tras perder en aquella cita de ‘consolación’ frente a Francia, a Rahm le dolió más allá de sus colores y mucho más hacia su interior, pues en el rival destacó Fontaine (que ese día marcó 4 goles) y Kopa (que había sido una de las estrellas creativas de esa selección gala y venía d eganar Liga-Champions con el imparable Real Madrid). El alemán sintió que allí, en el cuerpo a cuerpo ante sus rivales, le habían vencido y, como temió, cuando acabó el año, el premio se le escapó. Si pudo ser segundo por encima de Fontaine, pero Kopa, el maestro galo, llevaba años brillando de madridista y ya había sido Plata y Bronce los años anteriores. Demasiada competencia para alcanzarle y demasiados obstáculos como para que, ya con 30 años, pudiera acercarse nuevamente a ese nivel tan elitista. Hoy, Rahm mira con orgullo se segundo puesto pero sigue generando la mayor sorpresa y el mayor impacto cada vez que un curioso revisa los clubes en los que destacaban aquellas estrellas mundiales. Aparecían los más profesionales, los más ganadores, los más adinerados y… en 1958, ‘su’ queridísimo Rot-Weiss Essen.

Rahn y la Mannschaft se unieron por última vez en un amistoso ante Portugal en 1960. Pese a incluso haber sido determinante en varios partidos clasificatorios posteriores a aquella cita mundialista, el ‘minero’ decidió despedirse con gol de la victoria y con una ovación atronadora. Era el momento de cambiar definitivamente y el siguiente paso fue más doloroso y complicado. Siempre había renegado de grandes ofertas de clubes punteros de Europa y nunca había dejado caer mínimamente su infidelidad a Essen. Pero una serie de condicionantes de edad, aspiraciones y la pérdida de nivel en la plantilla, le hicieron casi obligatoria su marcha para dar aire al club en lo económico, lo que provocó que antes del final de curso, se marchara al Colonia. Un equipo austero, defensivamente fuerte, rocoso pero de muy pocas vacilaciones y alegrías ofensivas, lo que pronto le haría incomodar pese a alcanzar la final de Copa. Fue allí donde surgieron varios problemas de indisciplina por conducir ebrio y, posteriormente, condenado por reincidente con cuatro semanas de prisión sin libertad condicional. Algo que le hizo reflexionar y querer abandonar el país. Una aventura de tres años en busca de paz en Holanda con el SC Enschede y un regreso ya veterano a Alemania para jugar en el Meidericher SV (actual MSV Duisburgo), completaron sus días, pues una lesión grave en el tendón de Aquiles, le frenó en seco con 35 años.

Una mala gestión de sus ganancias como futbolista, una pérdida de organización en sus empresas y varios proyectos nefastos como negociante (con su hermano Jans), le lastraron para el resto de su vida. Durante algún tiempo, incluso vendía productos por caridad para poder mantenerse él mismo, con lo que empezó a evitar apariciones en público y dio la espalda al fútbol. Falleció víctima de una larga enfermedad en 2003 cuando tenía 73 años y aunque hoy sigue estando presente en el corazón de Essen con una estatua con su figura (cerca del estadio Georg Melches), una calle y una instalación deportiva con su nombre. Hace cas diez años, en 2005, se organizó un acto en su honor: “Es para mí un gran honor unirme como afiliado a este club. Aquí jugó el ‘Jefe’ y eso me hace sentir orgulloso”, dijo ese día desde el centro del campo de Essen, el mismísimo Pelé. Su ciudad no le olvida y el fútbol alemán no podrá hacerlo jamás, pero Helmut estará para siempre en la habitación de Ralf, un niño, anciano y ahora espíritu, al que arrancó sus últimas sonrisas. La vida se llevó a ambos pero no aquella foto de 1955. La del Essen, la de campeón, la del mejor Rahm. La foto del ‘Balón de Oro’ de los humildes.

 


 

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