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Guardiola: Erasmus en Sinaola

Por Andrés Cabrera (@Andres_inter)

La luz de la televisión tintineaba de fondo como un candil inerte, pero existente. El volumen, prácticamente al mínimo con un leve murmullo, era lo único que emanaba de sus altavoces. A la derecha del televisor se sentaban a la mesa dos hombres. Hacía buen rato que la cena había terminado y hoy disfrutaban producto regional; nada anormal, unas tortas de maíz. La conversación les había sumido en esa especie de paranoia mental que hace que el tiempo no avance, que no haya nada más en el mundo, solo el tema que parece tratarlo todo. La Tierra podría dejar de girar si dejan de hablar. La conversación es fluida, ambos se escuchan, conversan tranquilamente y, sin aleccionarse, se aconsejan el uno al otro. ¡Quién sabe lo que llevarían hablando los dos hombres! Media hora, una hora, dos horas… Ellos ya habían perdido toda intuición cuando, de repente, el televisor deja de emitir ese constante murmullo y eleva el tono. Ambos se miran, se callan y se paralizan. Miran el televisor y, por primera vez en mucho tiempo, cambian de tema. La gran pantalla mostraba un gol.

No era uno más. Era un gol imposible en fútbol. Un penalti-córner les había sobresaltado y, sin quererlo, aquella maniobra habitual en el hockey hierba rompía la conversación futbolística por primera vez en toda la noche. Por un momento los dos amigos conversan sobre este deporte. Minoritario, sí, aunque con cierta trascendencia en Cataluña, su tierra y origen. Tras ver repetida la jugada, tras analizar la posición de los jugadores y tras interpretar las intenciones de cada uno de ellos, logran reubicar el dialogo previo más de una hora después. Perfeccionistas, meticulosos, detallistas y parecidos en cualquier superlativo similar, ninguno es capaz de interrumpir si no se han atado todos los cabos sueltos. Llevan pocos meses compartiendo equipo, poco tiempo juntos, pocas horas para cooperar. Su pasado, reciente todavía, les unió en algún punto que aquella noche cimentó. Uno, entrenador; otro, futbolista. Y ambos, unidos por una pasión: enseñar. Un pedazo de la historia del fútbol, el inicio de una escuela ya brillante, la raíz de una interpretación hoy exitosa, se estaba escribiendo en Sinaloa con hockey hierba de fondo.

Uno, entrenador; otro, futbolista. Y ambos, unidos por una pasión: enseñar

Mientras van recogiendo la mesa, con la pausa típica del que no tiene prisa, de aquel que hace ese acto simplemente por amabilidad hacia el acompañante, siguen desatascando dudas y absorbiendo ideas como esponjas. Dos españoles perdidos en uno de los lugares más peligrosos del planeta. Perdidos o hallados, quién sabe. Sinaloa es el estado, pero el equipo en el que uno juega y el otro entrena está en la capital del lugar, en Culiacán. Epicentro comprometido debido a la dureza de los cárteles que ya se habían sumido en varias batallas por el dominio de la zona. La lucha por dominar el narcotráfico está en las calles. Los asesinatos son tan comunes que no se imagina otra realidad. La guerra es diaria para cada familia, en cada esquina, ante cada altercado y ante cualquier víctima. Con la delincuencia reflejada incluso en cabezas cortadas en los postes telefónicos, las enseñanzas futbolísticas podrían presumirse absurdas, pero las charlas pasionales por la pelota mueven al mundo. Hasta en los mismos cárteles, el fútbol es el deporte que los aísla de su realidad. Por mucho que los grandes conglomerados se empeñen, el balón es del pueblo, de los más desfavorecidos, de los más radicales, de los más humildes y, por supuesto, de los que fuera como fuera, lograban reunir 50 pesos para asomarse al estadio. En Culiacán, sentarse en las gradas era esperar un nuevo diálogo abierto de aquellos dos interminables parlantes, aunque esta vez, sobre el terreno de juego: Juanma Lillo desde el banquillo y Pep Guardiola desde el pasto.

Guardiola y Lillo en el Dorados

El técnico llevaba unos meses en México cuando dijo a la directiva que el de Sampedor quería vivir su última aventura como futbolista allí. El equipo que unió a estos dos hombres y, en parte, impulsó un cambio en la historia del fútbol sin siquiera imaginarlo, fue el Dorados de Sinaloa. Un club muy joven, fundado en 2003, que venía a ocupar el vacío futbolístico de la región, a la que logró aupar al primer nivel del fútbol nacional en solo un curso. En su segundo intento entre los grandes del país, pensaron en dar un giro para buscar mayor identidad y un perfil más interesado en la pelota. No había logrado recuperarse de los últimos golpes recibidos en sendas aventuras por España cuando, desde un perfil más que humilde, apareció Juanma Lillo. Con él, casi de la mano para afrontar la aventura, aterrizaba Guardiola en su última etapa como futbolista profesional y la que definitivamente marcó su carisma, estilo y perspectiva para dar el paso en el futuro a un papel principal. En parte, hasta el propio Pep sabía que se juntaban dos etapas en Sinaloa, la última como jugador y las primeras nociones evidentes como entrenador. Tiempo atrás ya había notado cómo la curiosidad se adueñaba de sus sueños tácticos, de sus siestas posicionales y de sus momentos de tranquilidad, convertidos para entonces en elementos temporales accesibles a su aprendizaje personal. Ya había comenzado a sacarse el título de entrenador. Su Erasmus sería Culiacán, México.

Guardiola tenía unos 25 años cuando recibió un par de directrices desde la banda. Antes de que esa información le llegara, el mediocentro ya había leído la posibilidad de robo y hasta había mandado un pase de 30 metros que generó un contragolpe mortal para el rival. Al término del encuentro, el míster se acercó y, cabreado, pidió explicaciones acerca de su pasividad para mostrar interés en sus palabras minutos antes. Cuando Pep asumió la culpa y bajó la cabeza como un profesional dolido pero consciente de que no debía replicar, el técnico sonrió. ¿Qué te voy a decir a ti? ¡Hiciste lo que quería que vieras, lo que estaba observando yo desde la banda! Desde aquella noche, muchos años antes de llegar a suelo azteca, entendió que tenía una capacidad natural tan poderosa para su futuro como para el presente de los que lo rodeaban. Hay una regla no escrita que dice que los mediocampistas suelen tener mayores nociones como entrenadores, en parte, provocadas por su posición sobre el terreno de juego. Requieren más orden, un mayor conocimiento de las facetas del juego y especialización en interpretaciones imprevisibles que acaban siendo claves para la naturaleza del bloque. Y en esto, Pep siempre fue experto. Por eso, cuando pensó que los años y sus nociones estaban alcanzando el tope previo al retiro, cuando entendió que sus piernas empezaban a perder destreza ante la genialidad de su mente, apareció Lillo para mostrarle no solo otros detalles, sino en cierta manera, guiarle sobre cómo entrenar.

Para Guardiola se juntaron dos etapas en Sinaloa, la última como jugador y las primeras nociones evidentes como entrenador

Que aquello era un curso profesional de cómo asumir los mandos de un equipo de fútbol desde una posición privilegiada, interactuando con las realidades cotidianas y obstaculizado por los problemas habituales, no tardó en reflejarse. Fueron varios los encuentros en los que Guardiola ocupaba puesto en el banquillo de los suplentes para una única finalidad, la de ayudar, aportar y gritar tanto como Lillo. Los dos daban órdenes. Ambos mandaban desde la banda. El aún futbolista lo hacía por instinto natural, aunque consciente de que nunca debería llevar la contraria al ‘jefe’. En un partido en concreto ante Morelia, tuvo que abandonar el rectángulo por lesión en el primer tiempo. Pasaron muy pocos minutos antes de que el jugador se levantara y comenzara a dirigir al equipo desde el área técnica con la indumentaria del Dorados. Lillo estaba a su lado. El gen de entrenador que siempre se había hecho patente en Guardiola se desataba en Culiacán. Sus compañeros sabían que dentro del campo él daba las órdenes y que no había viajado hasta allí como plan perfecto en un retiro vacacional ni como estímulo final para sus bolsillos. El salario más bajo que cobró Guardiola en toda su carrera fue en México, por supuesto, pese a que su aportación fue doble en muchos casos y pese a que desde el primer momento explicó que su llegada estaba motivada para aportar en esa línea. Los compañeros no notaban síntomas de superioridad en él. Un liderazgo silencioso pero palpable sin estridencias, gritos o críticas, sino con ayudas, consejos y lecturas positivas. El final para él, era tan solo el principio y aunque no esté tipificado como tal, aquellos fueron los primeros momentos de la ‘escuela Guardiola’.

Pep llegó a la ciudad mexicana a principios de 2006 coincidiendo con el inicio del torneo Clausura mexicano. En los Dorados de Sinaloa compartiría equipo con el ‘Loco’ Abreu (uno de los mayores trotamundos de la historia del fútbol). El charrúa llegaba tras ser máximo goleador en el Apertura 2005 y, su presumible rol de estrella del equipo, le permitió protagonizar una anécdota histórica. Bernardo Sainz, excompañero de ambos (Abreu y Guardiola), cuenta que en una pachanga de entrenamiento el ‘Loco’ intentó sacar del encuentro a Guardiola llamándole viejo y recriminándole con sorna que les robaba el aire. De repente Pep marcó y se fue a por el uruguayo. La reprimenda fue brutal. “Cuando ganes una Champions, una Liga, unas Olimpiadas (sic)… Me dices”. El ‘Loco’ se fue a por su bolsa, cogió el mate y se largó del entrenamiento con un enfado propio del que acaba de quedar en evidencia, pero sabedor a día a de hoy que aquellas palabras se convirtieron en la primera reprimenda del Guardiola entrenador. Ahora bien, la plantilla de Sinaloa no estaba formada por jugadores de ese calibre, sino guerreros y humildes en busca de visibilidad en la élite. Uno de ellos era el veteranísimo ‘Lupillo’ (se convirtió en aquella temporada en el jugador más veterano del campeonato centroamericano), que a sus 41 años intentaba explicar a base de huellas, cicatrices y una lenguaraz habilidad para charlar durante horas, el molesto sistema de descenso azteca (a través del porcentaje de los últimos seis torneos de primera y dividido por los partidos jugados). Lo explicó, lo repitió y lo recalcó, pero Pep nunca llegó a entender del todo esto.

“Cuando ganes una Champions, una Liga, unas Olimpiadas (sic)… Me dices”, le gritó Guardiola al Loco Abreu

Guardiola y Abreu en el DoradosMientras la temporada iba cogiendo ritmo, las fechas pasaban y las charlas por los problemas clasificatorios avanzaban, los lugares de reunión se multiplicaban. Se les vio en la casa del propio Lillo, en el Hotel Lucerna dónde se hospedaba Guardiola o el Café Miró, situado en la colonia de Chapultepec, lugar sagrado para los más exigentes culinarios. Allí encontró paz, relajación y agradable soledad el por entonces aun jugador-entrenador español, que se convirtió en cliente habitual y pasaba largas tardes sin compañía leyendo libros. No dejaba de aprender, de crecer, empaparse de conocimientos y de conocer los entresijos tácticos que usaban clubes de diferentes latitudes. Para charlar largo y tendido sobre sus andanzas, encontró la mezcla ideal en la Cocinita del Medio (la cual le aconsejó ‘Lupillo’) y las comidas con diversos compañeros artistas de la ciudad, siempre terminando con fútbol como elemento principal para hacer girar el resto de cuestiones. Y, aunque normalmente el mediocampista pagaba, en una ocasión, nada más llegar, fue a abonar la cuenta con 500 pesos y todos se rieron. “Con tan solo 50 pesos puedo ir a verte jugar”, le recalcó entre risas el restaurador. Había pagado diez entradas de fútbol por una comida. Una cultura diferente, una vida distinta, pero a la que siempre guardó cariño, por la pasión inigualable en la gradas, por la ferviente devoción de los aficionados y por lo singular de ‘su’ Dorados. Aquel club, fundado en 2003 por Eustaquio de Nicolás (compró la franquicia Cihuatlán en la Primera A), fue capaz de levantar en solo tres meses su estadio, que encontró un lleno constante esas campañas pese a no manejar antecedentes históricos que lo vincularan a un sentimiento. Un fervor que nunca habría encontrado en suelo hispano.

El temido descenso por porcentaje comenzaba a ser una realidad en el equipo. Demasiados empates lo habían condenado a esta situación. Los entrenamientos al lado de un parque acuático abandonado eran cada vez más tensos debidos al fantasma del posible regreso a la segunda categoría y con el calendario perdiendo páginas, se llegó a la última jornada. Dorados no pudo pasar del empate, mientras su rival directo, San Luis, remontó al final del partido ante Atlas. Dorados de Sinaloa perdía la categoría pese a sólo haber perdido tres partidos en todo el curso. El que menos perdió de todo el torneo. Alucinante. Increíble. Los empates y un sistema de descenso polémico condenaron al equipo de Lillo y Pep. La directiva reclamó (a San Luis no se le contaban los puntos porcentuales de dos campeonatos), pero de nada sirvió. Guardiola había descendido en su andadura en México pero había ganado muchas otras cosas. Desde su primera experiencia como entrenador hasta diversas formas de juego, pasando por las directrices de Lillo y un detalle que le marcó especialmente. En ese mismo año, la selección mexicana que acudió al Mundial 2006 con el argentino Ricardo La Volpe como seleccionador, le mostró una enseñanza determinante. Osorio actuaba de líbero en esos momentos y jamás había visto a un club o selección que lo usara en estos tiempos con utilidad, por lo que tras informarse y documentarse todo lo posible al respecto, incluso le dedicó un artículo al jugador del Tri en ‘El País’.

Con el descenso de Dorados de Sinaloa, Pep colgaba las botas, pero pocos meses después anunciaba que comenzaba su andadura como entrenador. Desde el primer momento lo quiso hacer en tareas formativas. Sabía que todo tiene su paso, que no se nace sabiendo y que tener que enseñar a chicos jóvenes para así aprender él mismo antes que nadie, era el correcto camino al éxito. Cuenta Guillem Balague en su libro ‘Pep Guardiola: otra manera de gana’ un episodio que demuestra como es el entrenador que revolucionó el fútbol, que marcó un antes y un después en el bello deporte moderno. El periodista habla sobre un viaje a Argentina del técnico y su amigo David Trueba. En el país sudamericano conoció al antes mencionado La Volpe o a Menotti, pero sobre todo se hizo bielsista. Tras un viaje hasta Rosario, estuvo 11 horas hablando con el ‘Loco’. De táctica, formaciones y todo un poco. Hasta tal punto llegó la conversación que al pobre Trueba le tocó ‘marcar’ (sí, marcar como si de un enemigo táctico se tratara) a una silla en un momento dado. Era devoción por la profesión. Busca un trabajo que te guste y no trabajarás nunca. Algo así, ¿no? Guardiola encontró desde los banquillos algo que llevaba dentro, con lo que había nacido, que ya ejercía siendo jugador y que solo necesitaba encontrar el recurso perfecto para impulsarlo. Lillo aun abandera que hay entrenadores que primero son jugadores y luego ya se reafirman como entrenadores. El periodo de crecimiento en esa curva ascendente lo llevo a un punto que igual nunca imaginó alcanzar cuando daba pequeñas lecciones tácticas en Dorados. Guardiola después fue todo. Todo lo ganable, admirable, ejemplar e histórico que el mundo sea capaz de enaltecer en unos años. Ha creado su propia escuela de fútbol y, pese al éxito conseguido, se encontró a sí mismo. ‘Su’ Barcelona será recordado eternamente tras marcar un antes y después en la concepción natural del deporte rey. Los cimientos del éxito estuvieron en Dorados, en Sinaloa, en México y en su particular ‘Erasmus treintañero’. “Hay que recordar de dónde venimos para saber dónde estamos”, dijo alguien.

 


 

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