Histórico
14 diciembre 2018El Enganche

Cesc Fàbregas: Por un verso libre

Cesc Fabregas en su etapa en el F. C Barcelona

Por Jordi Cardero. 

Se marchó de La Masia con el cuatro a la espalda. Un número con simbología propia que, de pronto, rompía con el destino estipulado. Abandonó su zona de confort para aventurarse en el antagónico fútbol inglés de entonces. Cesc Fàbregas dejó el FC Barcelona para adentrarse en un Arsenal que reservaba una de las plantillas históricas de la Premier League. Más adelante, Cesc regresó al Barça. Pero el círculo perfecto nunca se llegó a cerrar.

Fàbregas debutó en uno de los marcos más complicados, con tan solo 16 años. Un joven centrocampista de rasgos distintos empezó a erigirse en aquel Arsenal de los Invencibles. Las dudas sobre el catalán aumentaban a medida que iba haciéndose un hueco en el primer equipo. El físico, contracultural, hacía del centrocampista un rara avis en el epicentro del fútbol británico. Aun así, en 2006 ganaría el Golden Boy.

Fàbregas empezó goleando en un Highbury al que le quedaba poca vida. El estadio se quedó pequeño ante la envergadura que tomó el Arsenal de Arséne Wenger. Las gradas bajas y las columnas verticales pronto fueron detonadas para dar paso al imponente Emirates Stadium. Cesc fue un centrocampista diferente al tradicional box to box inglés. Tenía una serie de sentimientos contrarios pero encontrados. Por un lado, se sentía empujado -por contexto y naturaleza propia- a inmiscuirse en aquel fútbol de transiciones, vertical.

Pero, por dentro, sabía que el balón viajaba más rápido que cualquier jugador. Entre ideas paralelas, creció en la frontera de dos estilos de juego opuestos. Pero hizo de este su fútbol. Porque fue válido en las miradas ideológicas de técnicos tan diferentes como Pep Guardiola o José Mourinho y Antonio Conte.

En Inglaterra, hizo de la conducción uno de sus puntos fuertes. Fàbregas no era un centrocampista natural, incorporó a su repertorio la llegada al área. Participando en la elaboración, ha conseguido la mayoría de los goles cerca de la portería rival. Aun así, siempre convirtió desde larga distancia. Sin agresividad, con la sutileza de acariciar los balones. Wenger le otorgó una libertad que en Barcelona no siempre encontró. Aunque se desarrolló con una serie de estímulos reconocibles, la Premier League le hizo virar el rumbo en el camino hacia la consumación como centrocampista.

Ni positivo ni negativo, Cesc se convirtió en un futbolista muy particular. Dice Joan Margarit que “el problema es conocer el camino”. Y es que, a pesar de que el catalán se convirtió en una pieza importante de aquel Arsenal, todos los puntos se cerraban en el mismo lugar. En el de partida, el de inicio, el Camp Nou.

Es uno de los nuestros”, anunció Sandro Rosell el día de la presentación de Cesc. Volvió a vestir el número cuatro. El que años atrás había lucido Guardiola, su nuevo entrenador. Todo parecía ser perfecto. Al Barça de Leo Messi, Xavi Hernández, Andrés Iniesta o Sergio Busquets, ahora se añadía una pieza del mismo puzzle. Sin embargo, había un asterisco que interpretar respecto a Xavi o Iniesta. Intrínsecamente, a Cesc, su mente siempre derivaba más arriba.

Sus movimientos siempre tendían hacia dentro del área. Y ese fue el punto que les diferenció: la llegada, el gol. No en vano, sus movimientos sin balón fueron clave para el desarrollo de las jugadas. El peso de la construcción recaía sobre otros actores, con la necesidad de extremos punzantes por fuera, como Pedro o David Villa.

Fue con Cesc, pese a sus diferencias con el resto de socios, con quien el Barça de Guardiola escaló hasta el cielo. La Masia, un estilo de juego, una mirada al fútbol. En Yokohama, para coronarse campeones del mundo, el Barça salió con un once inédito. Su rival, el Santos de un joven Neymar. Un cubo de rubik era un juego de niños comparado con intentar organizar en once posiciones aquellos nombres: Victor Valdés, Dani Alves, Gerard Piqué, Carles Puyol, Eric Abidal, Sergio Busquets, Xavi, Iniesta, Cesc, Thiago y Messi.

¿Cinco centrocampistas? ¿Alves como lateral, en el medio o como extremo? ¿Defensa de tres centrales? Incluso nos podríamos preguntar si Messi es delantero. ¿Y qué es Messi? Messi es un verso libre. Un futbolista que, con el paso del tiempo, ha ido interpretando los movimientos que debe hacer, las zonas en las que tiene que aparecer. No está sometido a ninguna estructura, es composición literaria. De algún modo, es lo que Fàbregas se acercó a ser en el Arsenal, pero en contadas ocasiones llegó a ser en el Camp Nou.

Llegó la etapa gloriosa de la selección española, y con ella otra gran versión de Fàbregas. Misma idea, misma filosofía y mismo resultado. Vicente Del Bosque cerró la consecución de la triple corona jugando al fútbol sin delanteros y marcando cuatro goles ante una de las -históricamente- mejores defensas, Italia. A Cesc le pusimos el adjetivo de ‘falso’, pero jugó como un nueve. Acompañado de sucedáneos, a los socios del Barça se le sumaron Xabi Alonso y David Silva. Nunca fue un delantero centro tradicional -por características nunca podría- pero trazaba las mismas diagonales de ruptura sobre los centrales. La selección esterilizaba a sus rivales con la posesión, les dormía y, después, actuaba. El gol parecía quedar lejos jugando sin delanteros, pero estuvo más cerca que nunca.

Decía Tommy Shelby que “puedes cambiar lo que haces, pero no puedes cambiar lo que quieres”. Fàbregas, con sus particularidades, formó parte de uno de los equipos y una de las selecciones más espectaculares de la historia. Sin embargo, no consiguió adaptarse al interior clásico del Barça. Su perfil le dio cosas, pero a la vez, también se las quitó. Fàbregas es un centrocampista más universal de lo que, a priori, podría parecer. Tras Guardiola, el centrocampista fue un elemento clave del que previamente había sido el antagonista del relato, Mourinho. Del norte de Londres a Stamford Bridge.

Cesc Fàbregas no logró cerrar el círculo perfecto. El destino podemos imaginarlo, soñarlo, pero no preverlo. El verso libre nunca se escribió, aunque siempre quedan recuerdos positivos. Al fin y al cabo, recordamos los mejores momentos, porque, como decía Svetlana Aleksiévich, “nuestra memoria no es solamente arbitraria y caprichosa, sino que, además, está encadenada al tiempo”.

‘Fracaso’ o ‘éxito’ son términos relativos y el paso de Fàbregas por el Barça es, aunque imperfecto, un capítulo más. Así como relata Scott Fitzerald en el cierre de El Gran Gatsby.Había llegado tan lejos y su sueño debió parecerle tan cercano que creyó tocarlo con los dedos. Pero lo que no sabía es que ya lo había dejado atrás. Gatsby creía en la luz verde en el futuro orgiástico que año tras año se desvanece ante nosotros. Se nos escapa ahora, pero no importa. Mañana correremos más rápido, alargaremos más los brazos y una buena mañana… Y así seguimos, navegando barcos a contracorriente, devueltos sin cesar al pasado”.

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