Histórico
12 octubre 2017Jose David López

Atlético de Madrid: Remar hasta hoy, rendir desde hoy

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Era avispado, tenía acelerado el ritmo cardiaco y la hiperactividad recorría sus venas pero, además, sabía cómo sacar partido a un carácter incansable. En un intento por convertir aquellos estímulos en rentabilidad (y de paso, descansar de su exigente presencia), su madre lo apuntó a los ‘Boy Scouts’. Tardó dos días en reñir con un compañero. Pobre de él. Se levantó de madrugada, robó el revolver al monitor y soltó su furia a base de balas alrededor de la casita donde se alojaba su ‘enemigo’. Fue expulsado de por vida. Tenía 9 añitos. A los 13 decidió irse a vivir en solitario a la selva amazónica (salió meses después con pieles de jaguar para vender) y a los 15 fue aprendiz de pirata que lo convirtió en contrabandista internacional. Y todo eso, justo antes de ser mayor de edad.

Para John Fairfax nunca existió un freno. No formaba parte de su ideología de vida, de su adn representativo ni, desde luego, de sus particulares modos de comportamiento. Quería vivir todo antes de morir y, si moría en el intento, al menos sería después de haber librado las mejores escenas posibles, “esas que la mayoría se niega a querer disfrutar por temor a perderlo todo”, decía. En 1969 llegaría su gran proeza. Remó, remó y remó. Remó, remó y siguió remando. Desde San Francisco, atravesando todo el Pacífico en un bote minúsculo hasta llegar, tras 15.000 kilómetros y 361 días de remo, a la isla australiana de Hayman. Un reto a base de lucha. Remó hasta que llegó. Su aureola, se disfruta hoy.

Aquella mística de John, que abandera uno ideales incansables, constantes e imperecederos, se representa en el fútbol actual con el Atlético de Madrid. Una interminable cuesta arriba de obstáculos con algunos glorioso días que disfrutar pero con la repetición como único aliado para poder seguir en la cima. Y nunca lo estuvo tanto como hoy. Remó siempre y, por suerte, encontró su propio John Fairfax, reconvertido en la figura de Diego Pablo Simeone, su propio inconformista, el mejor bálsamo para llevarlo a un oasis que ya dura 7 años y que justo ahora, encontró la palmera perfecta, la temperatura ideal, el pozo repleto de agua y hasta una barra de bar con una simpática camarera a la que intentar conquistar. Remó, remó y remó. Ese oasis se llama equilibrio, se llama plantilla convencida de la identidad del proyecto, se llama grupo que asume sus responsabilidades al grito del ‘Cholo’, se llama capacidad financiera para gastar casi 100mill€ en dos futbolistas cuando ni siquiera podía fichar (Diego Costa y Vitolo) y se llama, sobre todo yante todo, Wanda Metropolitano. Remó incansablemente, pero ya llegó al mejor contexto posible.

Ahora, toca rendir. Porque de nada habrá servido que la identidad rojiblanca sea ya un reflejo en el que todos quieren mirarse. Porque de nada habrá servido entonces que el técnico que dijo “no” dos veces a poder ganar un Mundial con su país de la mano de Messi, haya querido quedarse en su ‘casa’. Porque de nada habrá servido que el club haya conformado la mejor plantilla de su historia pese a los múltiples cismas financieros y extra-deportivos que lo debilitaron. Y porque, sobre todo, de nada habrá servido que la afición más cercana a su equipo, haya perdido la base de todos sus primarios sentimientos rojiblancos (el Vicente Calderón) para adentrarse, sin chismorrear, al universo vanguardista de un club que ya no responde al canon histórico de quien defendía la humildad. No hay pobreza, ni de ideas, ni de euros, ni de posibilidades… en este Atlético de Madrid mitad ‘wandista’ (para profundizar en el mundo financiero mejor pon un chino en tu vida), y mitad ‘metropolitanista’ (para intentar mantener intocable el corazón de quienes gritan cada semana).

Por tanto, el viaje de lustros, de décadas, de más de un siglo que inició en 1903 el Atlético de Madrid, tiene hoy todos los condicionantes para dejar de remar y empezar a rendir como lo que es y como lo que se ha auto-obligado a hacer. El bueno de John Fairfax, cuando llegó al fin de su odisea tras remar casi un año por las aguas del planeta, tenía una profunda cicatriz en el brazo derecho: “Un pez tuvo la culpa, yo le había pescado, pero el muy cabrón decidió que aquél tiburón merecía más su muerte. Y claro… yo no podía consentirlo, murieron los dos, yo tenía que comer”. Este Atlético ya remó y ahora no puede ser devorado, tiene que comer.

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