Histórico
24 mayo 2014Andrés Cabrera Quintero

Real Madrid-Atlético: El camino que les une

Empieza a sonar el despertador. Antes del segundo pitido una mano veloz apaga el artefacto. Lleva toda la noche sin poder dormir. En la mente todo tipo de especulaciones, victoriosas la mayoría, alternadas con recuerdos del pasado. Demasiados pensamientos en definitiva. Los nervios se entremezclan con las elucubraciones de la mente. Son estos nervios los que le han tenido en vela. Hoy no es un día más. Mientras se dirige a la cocina, para hacerse un café, que toma más por gusto que por necesidad, una frase se aparece de forma repetitiva: “Hoy jugamos la final de la Champions, hoy jugamos la final de la Champions…”. Después de tantos años esperando este momento, utópico en muchos instantes, esa devoción se ve recompensada. Con la camiseta del Atleti ya puesta, el telefonillo suena. Abajo, está su hermano. Cual niño impaciente, salta los escalones de dos en dos y corre hacía la puerta del portal, ya ve una figura blanca a través del semitransparente cristal. Se miran y sonríen, cada uno lleva una camiseta, y casi sin tiempo para más, se funden en un abrazo. Uno madridista, otro atlético, la sangre les une, en teoría. En el horizonte seis horas de viaje por carretera. Tiempo que se pasará volando. Cada instante se guardará para el recuerdo. Un día así no se olvida. Una final que llevan esperando toda la vida.

El madridista, un año mayor, se muestra menos nervioso. Está acostumbrado a vivir finales de la máxima competición europea. Sabe lo que es esa tensión, ese olor a día grande, aunque esta vez, hasta para él, es diferente. Trata de ocultar su temor, tiene miedo a la derrota, más que su hermano, sabe que la responsabilidad de su equipo es mayor, y el fracaso, por tanto, equiparable. No quiere pensar en que el verdugo de su equipo pudiera ser el club de su hermano, y sin embargo, lo piensa. Ni el mejor guionista podría haber planeado un final de temporada así, sólo faltaría la guinda del pastel, un final que haga honor a este gran film. Mientras el madridista, estático, piensa en ese posible final de guión, el atlético le devuelve de nuevo a la tierra con una frase que le hace cambiar el rostro de la cara: “Ojalá sea como la final del año pasado”. Que recuerdo tan amargo tiene de aquel duelo, tanto él como el resto de la afición blanca, se veían campeones antes de jugar. Pero esta vez no va a ocurrir, esta vez no va a ser presuntuoso, en frente, está el campeón de Liga, y no hay que subestimarle. Sin apenas darse cuenta, habían pasado demasiados segundos desde que su hermano le habló, éste le mira y comienza a reírse a carcajadas. Ambos se ríen. No se dicen nada, pero lo saben todo. Hay demasiados nervios.

La historia de dos hermanos, es la historia de dos equipos de una ciudad, que han convivido toda la vida juntos y ahora comparten el momento más bello.

El cuentakilómetros sigue avanzando, Madrid hace tiempo que quedó atrás. Como es lógico, pocas conversaciones se alejan del bello deporte. En esa carretera A5, se respira a final. Es algo único, dos aficiones yendo juntas desde el punto de inicio hasta el destino. El manido ‘Road To Lisbon’ resulta que unía Madrid con Lisboa, pasando por Extremadura. Comunidad, que aunque duela decirlo, vive así su momento de gloria en este siglo. Ya quedaron atrás tiempos mejores con Mérida o Extremadura… ahora es noticia por ser camino en la ruta por la Champions. Dura realidad. En el recorrido, banderas blancas y colchoneras se confunden. Bares de carretera que laten fútbol, más de lo normal si cabe. Es una jornada histórica para el fútbol español, sólo un precedente. La primera final entre clubes del mismo país en Copa de Europa fue entre españoles, el Real Madrid también era protagonista, aunque en aquella ocasión, estaba enfrente el Valencia. También hubo mucha carretera, aunque no tanta, y kilómetros compartidos hasta París. 14 años han pasado de aquello, nada o muy poco tiene esto que ver, el fútbol en sí ha cambiado mucho, para peor me atrevería a añadir. Aunque esta final, es irrepetible, te guste o no en lo que ha desembocado el fútbol. Esto es sencillamnte único.

Entre las muchas conversaciones, piques amigables y discusiones futbolísticas, sale un nombre, el de Diego Costa. Un jugador, que si bien ha sido noticia todo el año, en la semana más importante del curso, ha destacado todavía más. Una lesión en el Camp Nou en una tarde que ya es historia del fútbol español tiene la culpa, bueno y el tratamiento en el que después ha desembocado. Sin entrar en análisis ‘salvamenistas’ o ‘pedrerolistas’, llámenlo como quieran, la famosa placenta de yegua ha sonado más que el fútbol en sí, y veremos qué resultado da. Como no podía ser de otra forma en el coche de nuestros protagonistas se habla sobre el ariete hispano-brasileño, y su papel en este Atlético de Madrid. El hermano atlético, si bien sabe de la importancia del jugador, duda que llegue, y si lo hace, habría que ver en qué condiciones. Sin embargo, recuerda su ausencia en partidos claves de este año, dónde el Atleti brilló, buena prueba son los cuartos ante el Barça. Quizás gran parte del éxito se sustente en eso, en que el Atleti está por encima de todo y de todos, que es un equipo y las individualidades sólo sirven para ayudar a ese equipo. Por su lado, el madridista piensa, que es preferible para sus intereses que no esté. Es un jugador al que no tiene demasiado cariño, una animadversión que justifica con una alabanza: “Es un jugador que quieres en tu equipo, pero que si es rival, le detestas”. Un año atrás, en la famosa final de Copa del Rey, comenzó gran parte de este rechazo. Un jugador que es comidilla de tertulianos taberneros, de entendidos en la materia o simplemente de aficionados que viajan en coche.

Los dos hermanos representan el nerviosismo de dos hinchadas. No vale nada de lo anterior. Esto es una final de la Copa de Europa.

Falta muy poco para entrar en la capital lisboeta, el tráfico comienza a ser abrumador, en pocas horas empieza la final. El nerviosismo desborda por todos los frentes. No hay calma en los asientos del coche, temblores nerviosos a ambos lados, ya no vale que el Real Madrid tenga nueve Copas de Europa y el Atleti sólo haya sido subcampeón 40 años atrás, ya no vale que de las cinco finales disputadas entre ambos, cuatro las haya ganado el Atleti. No vale absolutamente nada, es una final de la Copa de Europa y como diría Luis Aragonés: “Del subcampeón no se acuerda nadie”. Sólo puede haber vencedores y vencidos, aunque el golpe duela menos, si en ambos lados ya se cuenta con un título de colchón, para amortiguar tan fuerte traspié. Ya no vale que sean las piernas más agotadas de toda Europa, nadie va a disputar más partidos que estos dos equipos, pero es que ¿acaso alguien ha sido mejor que estos dos? Durante noventa minutos no habrá hermanos, sólo rivales, en pos del título más grande que se puede conseguir a nivel de clubes. Luego, vuelta a la cordialidad, aunque siempre con recuerdos puntillosos a un vencido, que deberá saber encajar unos golpes que en otras circunstancias habría propinado él. Ya no hay tiempo para mirar atrás. Ambos hermanos sacan cuidadosamente sus entradas, mirándolas con una ilusión desbordante. Sus asientos estarán alejados, cada uno con los de su sangre metafórica. Entremedias de estos dos hermanos multitud de personas con trajes o disfrazadas con los colores de equipos a los cuales no representan. Son los que dominan el fútbol moderno y lo matan al mismo tiempo. De repente, silencio. O eso creen sentir ambos hermanos. La pelota ha echado a rodar, no hay vuelta atrás. La historia les contempla. Ellos la miran desafiantes.

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