Histórico
14 mayo 2014Fran Alameda

Europa League: ¿Por qué nos gustan las finales?

sevillabenfica

Siempre resulta curiosa la acumulación previsible e inmisericorde de frases manidas y sentencias medievales que se dan en las previas de las finales. No obstante, no hay que pretender saltar por el precipicio de lo moderno para desempolvar los tópicos con nuevos eufemismos. Para qué. Una final, en realidad, es la máxima expresión del fútbol, no tanto por su calidad o por su premio, sino por la posibilidad de que pase cualquier cosa y por lo que algunos consideran lo más peligroso de la vida, las mariposas en el estómago. Cuando uno tiene mariposas solo hay dos posibilidades: o ha hecho algo muy mal o espera algo muy bueno. Es decir, la incertidumbre del devenir es la que maneja a la sensación del pensamiento.

Además de la máxima expresión futbolística, una final es también, evidentemente, la máxima expresión de la vida camusiana, tanto por el fútbol como por la tragedia, incluso por el absurdo, todos conceptos bien enraizados al autorjugador francés. Una final ni siquiera es el mejor partido y puede que ni siquiera la jueguen los dos mejores equipos. Pero es final de trayecto, lazo de regalo. El resultado a la carrera de caballos, a la pirámide egipcia de cada año. Una final, en realidad, es un producto bien empaquetado que nos tragamos para poder escribir un pedacito de leyenda, de historia, de vencedores y vencidos, de héroes y villanos o incluso de remontadas inauditas o perfectos homenajes a según qué tradiciones.

Puede sonar extraño, pero la atracción que tiene una final no es por ser el mejor espectáculo deportivo, sino por cerrarse lo que antes se empezó

Es decir, la expectación no es porque guste el fútbol o porque los que jueguen sean los mejores (tendría más impacto un partido entre dos equipos de máxima élite que la final de Europa League, visto así), sino porque acaba lo que empezó. Lazarsfeld y Merton escribieron bastante (aunque con notable densidad) sobre el empaquetado de los procesos electorales y quedó aprobado casi universalmente que la atracción es pluscuamperfecta para el deficiente ser humano por la sensación de inicio, nudo y desenlace que  deja.

Tal cual pasa con el fútbol, un regalo estudiado y bien empaquetado que genera más cuanto más efervescente es, cuanto más riesgo absurdo y trágico hay (¡Camus!). La lógica contraria, y especialmente lógica, la que guía a premiar el camino más que el fin, elevaría el valor (¿mediático?) de las competiciones largas en contra de las cortas, del Carpe Diem contra el brote animal de lo definitivo. Las finales, en definitiva, son el paquete perfecto, pero no el fútbol perfecto. Son la pasión y no la razón, el animal contra el supuesto ser humano. Tal vez la vida sea (solo) esto, puro instinto.

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