Histórico
6 mayo 2014Fran Alameda

Cardiff: No me toquen los colores

Vicent Tan - Cardiff

Sentirse parte, ser parte, es pertenecer y amar. Donde manda la pasión nunca manda la razón y los mandamientos emocionales no siempre tienen que ver con la lógica. Así, se ama a quien le hace a uno la vida imposible, se adora a alguien terriblemente difícil de ver o se venera una imagen que desconocemos con certeza (más bien lo contrario) si existió o sí hizo lo que dicen. En definitiva, la pasión entiende poco de lógicas económicas, razonamientos antropológicos o gusto que pretenda cualquier tipo de universalidad.

Y en algunos casos esto podrá estar bien si se alcanza la razón. Ya ven, tan lejos y tan cerca. Recientemente se supo que la Federación inglesa de fútbol (FA) desestimaba la posibilidad de cambiar el nombre del Hull City a Hull City Tigers o directamente sin el término urbano. De la misma manera pero con distinta suerte, aunque de la fortuna hay cierta reticencia en función a los resultados obtenidos, el dueño del Cardiff decidió que los colores de su equipo cambiasen de azul a rojo como si el ropaje tradicional tuviese suciedad y fuese requerido por la lavandería. La excusa, como siempre, el dinero.

A la afición del Cardiff la representa el color azul de su equipo, mientras que a la plantilla el rojo, la imposición del márquetin sobre la tradición

Los dueños malayos (Vicent Tan a la cabeza), sin gotas que hayan trascendido todavía, argumentaron que el importante compromiso con el patrocinador “obligaba” al cambio de ato para fortalecer la marca del equipo y aumentar las ventas. Los aficionados no aceptaron, pero la decisión estaba tomada (esta respuesta le sonará). La consecuencia no es nefasta, desde luego, pero sí tan ilógica como discordante y extraña: los aficionados aparecen en su estadio con camisetas azules, mientras su equipo juega de rojo. Colorido ajeno donde solo falta que el estadio coree olés mientras su equipo pega pelotazos a la olla. Color y afición se repelen como tradición y contemporaneidad.

Hay una corriente económica-marquetiniana que ha invadido los clubes de fútbol en busca de la rentabilidad como de la comida, con ese intento de privatizar hasta el aire para ponerle el nombre de una marca de globos de helio. Probablemente, existan excepciones conformes y lógicas, aunque vender los símbolos que han forjado la pertenencia sea como robar un brazo o una pierna. Hay lugares del corazón que no se pueden tocar porque valen más que el dinero. En Primera, en Segunda o en Tercera mi equipo serán mis colores; mi estadio, el de siempre y la ciudad, la misma (igual que los dorsales retirados o los nombres a puertas, patrimonio de un sentimiento, de un estado de ánimo).

La lógica del rendimiento económico tiene un riesgo: convertir al fútbol en un fenómeno racional que se rija por la eficacia y no por los sentimientos

Conserva la pasión aún esa ilógica emocional que la hace fuerte pase lo que pase y que la razón amenaza con cubrirla sin recelo por el lógico método del rendimiento. Las consecuencias pueden ser devastadoras: que los aficionados abran los ojos, miren al corazón y no vean nada salvo billetes (cosa lógica, quizá). Entonces, seguirá existiendo el fútbol, pero no su tradición. Y el riesgo aparecerá: el hincha, con razón, escogerá al mejor, al que siempre gana, al que mayor beneficio le reporte. No habrá enamoramiento de un estadio, una afición, una camiseta o una historia detrás, sino un rendimiento, una lógica económica y un furor meritocrático. Cuando la razón se impone también sabe arrasar.

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