Histórico
12 mayo 2014Jose David López

Benfica: Bela Guttman, la maldición interminable

Muskeljudentum se convirtió en su término, su slogan, su corazón y su único objetivo. Aquél extraño vocablo del judaísmo muscular (inventado por las doctrinas de Max Nordau), fue reconocido desde los primeros años del siglo pasado, como la referencia ideal del Sport Club Hakoah de Viena (la Fuerza de Viena en hebreo). Todos, absolutamente todos sus integrantes, respondían con sus cualidades deportivas a la ley austriaca que prohibía el ingreso de atletas judíos en los centros deportivos, bautizando sus impulsos liberales con todo tipo de prácticas deportivas (hockey, atletismo, natación, lucha, esgrima y, desde luego, el todopoderoso fútbol. Tal fue su aceptación y tal fue la simbología que emanaban sus ideales de liberación, que consiguió mezclar en sus filas a los grandes futbolistas judíos de la época. Tras luchar contra corrientes adversas unos años, el talento les colocó en la senda de la victoria hasta lograr un histórico título de Liga austriaca en 1925.

Aquella victoria multiplicó las simpatías del club, levantó fuertes contradicciones entre sus enemigos y amplió la práctica del deporte entre la comunidad judía, pues solo ellos llenaban cada semana los estadios donde el Hakoah reclamaba igualdad. Esa dinámica victoriosa que incluso les llevó a ser el primer club europeo que derrotaba a un similar inglés en su país (0-5 al West Ham), se convirtió en la perfecta vía de escape para sus jugadores, pues el talento de Jozsef Eisenhoffer, Sandor Fabian, Richard Fried, Max Gold, Max Grunwald o Jozsef Grunfeld, pronto encontró mayores metas extranjeras con contratos, aventuras y propuestas a la altura de su potencial o de una comodidad inexistente en su entorno. De todos aquellos nombres que huyeron del creciente antisemitismo, solo uno acabaría llevando su leyenda mucho más allá, extrapolando su figura del césped al banquillo y al éxito más absoluto conquistando el trono europeo y siendo el mejor técnico de mediados de siglo: Bela Guttman.

En aquél portentoso Hakoah, Bela representaba la organización y la calidad en un pensamiento rápido con mucha precisión. Era un mediocentro vistoso, elegante, de grandes desplazamientos en largo, muy clarividente pero, sobre todo, con una jerarquía de vestuario que le hacía ser la voz reinante en todo momento. Tras la fuga de los jugadores a Estados Unidos (participaron en un torneo internacional donde fueron aclamados y respetados como jamás había imaginado), colgó las botas pero arriesgó, regresando a Europa, poniendo en juego todo lo anteriormente trabajado únicamente por su amor, el de la pelota. Ella le encomendó el camino del estratega, que iniciaría en su querido Hakoak, continuaría en el Sportsclub Enschede holandés (antes de ser Twente) y levantaría sus primeros títulos con el Ujpest de su Budapest natal, donde triunfó con un estilo atrevido, variado y de importantes noches hasta que tuvo que esconderse en suiza por motivo de la segunda Guerra Mundial. Aquello no paró su progresión, sino que se acabó de convertir en un trota-mundos. Vasas, Dinamo de Bucarest rumano, regreso al Ujpest, Honved y el salto a Italia para engrandecer su figura en Padova, Triestina, el gran Milan de los 50, …. Muchas aventuras. Mucho carácter. Muchas lecturas a su alrededor. Una de ellas le llevó a enfrentarse a la familia Puskas y la otra le hizo perder su lugar en San Siro cuando su proyecto marchaba líder de la Serie A. “Soy cesado sin ser un criminal ni un homosexual”, dijo en su adiós.

Pero su aportación futbolística había creado escuela, pues su mítico esquema táctico (4-2-4), germinaría en las grandes generaciones brasileñas años después y seguían marcando tendencia en las selecciones húngaras y polacas de antaño. Cuando llegó a Portugal tras un paso por Brasil (entrenando al Sao Paulo), su meta era dar el salto definitivo a nivel continental y, para ello, no tardó en encontrar aliados en el césped con un Oporto arrollador. Su título liguero llevó al gran enemigo, el Benfica, a apostar por ese excéntrico entrenador de ideas disparatadas lejos del césped y estrictamente metódico en sus pretensiones diarias, aunque de alegres lecturas a tenor de sus resultados. Pero en Lisboa encontró la entidad ideal para su perspectiva del juego, lo que le llevó a convertir en clásica a aquella generación, conocida como Mozambique FC por la aparición estelar de la ‘Pantera Negra’, un imparable Eusebio, además de dos compatriotas poderosos como Mario Coluna y Costa Pereira. Dos títulos ligueros, una Copa y, sobre todo, la fuerza eterna de dos Copas de Europa rompiendo el ritmo del imponente Real Madrid de los 60.

“Bela Guttmann fue mi entrenador 3 años y con él, el Benfica lo ganó todo. Tengo un inmenso recuerdo de él tanto a nivel humano como futbolístico. Benfica tenía un gran potencial ofensivo y una buena organización defensiva. Tenía la intención de marcar dos o tres goles para luego poder manejar tiempos y ritmos y mantener así la iniciativa. Era un grandísimo conocedor del fútbol y le gustaba el juego de ataque. Pero cuando perdíamos la pelota, también sabíamos defender, todos. Con este espíritu, fuimos los mejores”, recalcaba hace unos años el propio Eusebio. Un genio carismático, fuerte en sus decisiones, excéntrico como pocos, amigo de los jóvenes, abanderado de la ambición y abierto a todo tipo de proyectos donde se defendiera una idea. Por ello, los benfiquistas aún no entienden hoy cómo aquella época dorada acabó de inmediato en una pelea interna entre Guttmann y su directiva. De nada sirvió aquella grandeza y genialidad llevada al césped, porque cuando Bela solició un aumento de sueldo a tenor de las grandes ofertas que estaba recibiendo del exterior, los mandatarios se lo negaron y el míster, siempre caracterial, sacó a relucir su orgullo con unas palabras históricas en su despedida: “Sin mí, el Benfica no volverá a ganar un título europeo jamás”.

Aquellas palabras hubieran quedado en el olvido de un mito que pasó y ofreció sus mejores años en la entidad lisboeta de no ser porque ha resultado dolorosamente profética con los años. Las Águilas han perdido cinco finales de Copa de Europa desde entonces (1963, 1965, 1968, 1988, 1990). Guttmann, cuya tumba (murió en 1981 con 82 años) recibe a diario flores de cualquier aficionado de los 25 clubes y 13 países que visitó durante su carrera profesional pasó a la leyenda como un genio carismático, delirante, excéntrico y polémico, pero innovador y revolucionador de un fútbol que esta semana vuelve a acordarse de su facilidad de palabra. Aquellas con las que maldijo al Benfica, tendrán este jueves una nueva opción de final (de la que ya perdieron el pasado año, Europa League) para romper definitivamente una línea que se estira durante 51 años. La maldición interminable.

Equipos Históricos: Mozambique FC – Benfica

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