Por André Stinson
Gustavo Matosas, silenció al Azteca, derrocó al campeón, transformó la idiosincrasia de un club, ratificó su oficio de artista y se convirtió en el pintor dorado de Guanajuato. Todo esto lo hizo cuando llevo al León a conquistar su sexta estrella, frente a más de cien mil almas abarrotadas en el templo futbolístico del América. Así como el pintor José Gurvich, su compatriota uruguayo, Gustavo Matosas ha terminado una obra de arte. La pintura cuenta con un estilo maximalista, basado en un equipo voluntarioso y ofensivo, esto aunado a un sello particular que imprimen algunas pinceladas de talento extravagante
Y es que el charrúa siguió al pie de la letra una fórmula artística sin precedentes en México, el fútbol total, misma que dio al León el protagonismo del que goza actualmente. Cierre de espacios, ataque con apoyo, rotación de posiciones, tocar y mover, avance entre líneas y variabilidad en posiciones; son algunos pasos que siguió Matosas para convertir a una escuadra esmeralda en la máxima esfinge del balompié mexicano. Para fortuna guanajuatense, el León aprendió rápido la doctrina inculcada por Matosas y la convirtió en el estandarte de un club esmeralda que previo a la llegada del uruguayo, vivía en la oscuridad. Hoy, con campeones.
Lo hecho por Matosas es tan encomiable como la victoria de David sobre Goliat, ya que con un plantel modesto en nombres y perfecto en comprensión colectiva, logró negarle el bicampeonato al equipo más ganador de México con un marcador global 5-1. La obra de Matosas al máximo esplendor.
Al igual que Enrique Castells con sus obras, Matosas dejó un legado en su pintura, ya que al pulir a Carlos Gullit Peña, lo ha dejado como un comandante, un mediocentro polivalente y constructor del juego; a Luis Montes y José Juan Vázquez, como piedras angulares y armadores interiores del medio campo; a William Yarbrough como un héroe lustroso bajo los tres palos que no se achica, ni siquiera ante el rival más grande del fútbol mexicano; a Matías Britos como un eje del ataque y a Edwin Hernández como un carrilero fenomenal de salida y regreso variopinto. Aunado a ello habría que sumar el pincel que usó Matosas en la manufactura de su obra de arte. Un artefacto llamado Mauro Boselli, a quien exprimió al máximo para otorgar suaves esbozos de magia, marcados pincelazos de talento e interesantes tonos de gloria.
Así es como al igual que Elina Damiani, Matosas consigue graduarse del arte contemporáneo con una representativa imagen de un león con corona. Quién lo diría, el surrealismo se vuelve a poner en boga.
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