Histórico
20 noviembre 2012David De la Peña

Spartak Moscú: Oleg Romantsev, una sombra demasiado alargada

De niño, jamás se le pasó por la cabeza acabar siendo un mito en uno de los clubes más importantes de Moscú. Oleg Romantsev pasó los primeros años de su vida, casi, como un nómada. Su padre se dedicaba a la construcción de carreteras, así que su trabajo llevó a Oleg a visitar de forma efímera lugares como la Península de Kola, el Macizo de Altái, o Kirguistán, hasta que con siete años se asentó en Krasnoyarsk. Su padre abandonó a la familia, y allí, en el frío de la Rusia central, su madre tuvo que criarle a él y a sus dos hermanos con un sueldo de 90 rublos. Unos años duros durante su infancia, teniendo incluso después que buscar trabajo en sus vacaciones en la construcción de viviendas. Un sueldo menor que ayudó a su familia hasta que su hermana se casó y su hermano se marchó a la universidad, algo que desahogó económicamente a Oleg y a su madre. Pero nunca imaginaba ser uno de los mitos de unos de los clubes más importantes de Moscú, simplemente, porque ni siquiera veía el fútbol como una profesión. Le parecía un deporte divertido, pero nada más.

De hecho, en la adolescencia, practicaba indistintamente el fútbol y el baloncesto, e incluso le gustaba más lo de meter la pelota en el aro, aunque se dio cuenta que utilizaba mejor los pies que las manos. Él quería ser maquinista de trenes. En Krasnoyarsk, al volver de la escuela con su hermano, recorrían casi cuatro kilómetros con las vías férreas como compañeras de camino, y fue entonces cuando Oleg construyó el sueño de manejar un tren de larga distancia desde la cabina. Sueño que, muchos años después, se ha mantenido vivo, aunque la vida le llevó por otro camino. En 1971, con 17 años, consiguió empezar a jugar para el Avtomobilist Krasnoyarsk. En el campeonato juvenil del Extremo Oriente Ruso marcó 7 goles en 4 partidos, siendo el mejor futbolista del torneo. Esa actuación le sirvió para ganarse la promoción al equipo senior. Marcó un gol en su primera aparición, y dos más en su segunda, lo que le llevó a formar parte de manera regular de la manera plantilla. Lo más sorprendente es que, a pesar de esas cifras, cambió su posición de delantero centro por la de lateral izquierdo, donde acabó jugando el resto de su carrera, la que jamás aspiró a nada y se convirtió en ejemplar.

Numerosos ojeadores de clubes importantes se fijaron en él, incluyendo el prestigioso Dinamo de Kiev dirigido por Valeri Lobanovskyi, aunque en 1976, después de un partido entre el Avtomobilist y el Spartak de Moscú, Oleg fue invitado a probar con el club de la capital. Y fue entonces cuando se empezó a forjar su leyenda. Oleg aceptó, y jugó dos partidos, contra el Zenit y Lokomotiv, donde, según la opinión general, tuvo un buen desempeño. Sin embargo, la sensación era que no existía espíritu de equipo, que todos los jugadores estaban dispersos sobre el césped, y que no estaban integrados. Así que después de estar trabajando tres semanas con el Spartak, un día se despertó a las 6 de la mañana, y decidió regresar a casa. Se armó cierto revuelo, nadie sabía donde estaba e incluso tuvo que enviarle un telegrama a su madre: “Madre, estoy bien. Regreso a casa”. Oleg regresó a Krasnoyarsk y desde luego, no debía faltarle razón en sus pensamientos, porque ese mismo año el Spartak descendió de categoría.

Después Konstantin Beskov llegó para entrenar al equipo, y él quería a Oleg en su Spartak a toda costa. Se encargó de llamarle personalmente para tratar de convencerle pero la respuesta de Oleg fue tajante: “No”. Ya había perdido tres semanas de su vida en Moscú y no pensaba arriesgarse, ni siquiera las promesas de Beskov le iban a convencer. Pero si uno era testarudo, el otro aún lo era más, y Beskov aún tenía una as en la manga. Konstantin Beskov era el seleccionador del equipo olímpico (que en el 76 ganaría la medalla de bronce en los JJOO de Montreal), y decidió convocar a Oleg Romantsev. La citación era en Moscú. Si Oleg rechazaba la llamada, sería suspendido con 5 partidos, choques que no podría disputar con el  Avtomobilist, así que no podía decir no a la convocatoria. En el aeropuerto de Moscú fue recibido por Varlamov, el segundo de Beskov, que le llevó a su casa y le dijo que como aún no contaban con la totalidad de la plantilla, y para no perder la forma de cara a los partidos oficiales de la selección que se disputarían la próxima semana, iba a entrenar con el Spartak. Evidentemente, todo estaba planeado, y ya en la dinámica del equipo, Beskov consiguió persuadirle para que fichara por el Spartak.

En un principio, Oleg se negó a trasladarse a Moscú, pero finalmente, después de cuatro meses, le ofrecieron un apartamento en la capital, con lo que su esposa Natalie pudo irse a vivir con él. Así, se hizo futbolista del Spartak y poco más de un año después ya era el capitán del equipo. La cinta la consiguió porque, a pesar de las palabras de Beskov, el equipo aún no era todo lo sólido que a le hubiese gustado. Habló con Beskov y le dijo que ese no era el ambiente que él conocía del  Avtomobilist. Los jugadores hacían la guerra por su cuenta, incluso había grupos que no se hablaban entre sí, y en la convivencia unos escuchaban música, otros tomaban té, pero no hacían nada juntos. Le dijo a Beskov que debían solucionarlo, así que el entrenador decidió convocar una votación para elegir un nuevo capitán. Por supuesto, el elegido fue Oleg Romantsev, y así fue año tras año. 180 partidos con la camiseta del Spartak y un título de liga hasta su retirada en 1983, cifras que no eran más que la primera piedra en su aportación al club.

En 1984 comenzó su carrera como entrenador en el Krasnaya Presnya de Moscú (el club que fue raíz del Spartak), y que fue refundado a comienzos de los 80. Romantsev aceptó la oferta de Nicolai Starotsin (fundador, jugador, entrenador y presidente del Spartak), que lo llevó años más tarde a entrenar al primer equipo del Spartak, concretamente en 1989. Desde entonces, es el entrenador ruso más laureado. 9 ligas rusas (una de la URSS y las otras 8 después de la escisión) desde que se sentó en el cargo, hasta que lo dejó en 2003, momento en el que empezó la debacle del Spartak, que no gana nada desde entonces. Cuando le preguntan si es el mejor entrenador ruso de la historia, dice que cuando alguien sea capaz de ganar nueve ligas, estará en condiciones de discutirlo, y que puede que suene arrogante, pero que es la realidad. Un hombre tan implicado que ha reconocido que tuvo que tomar pastillas para dormir antes y después de los partidos siendo entrenador, o negarse a acudir a las ruedas de prensa siendo consciente de que no iba a poder controlarse ante determinadas situaciones.

Romantsev ha sido asesor del club en su época reciente y ha llegado a ayudar a Valery Karpin (mantiene una gran relación con él), en estos días tan oscuros donde incluso el director deportivo decidió sentarse en el banquillo para intentar salir de la situación en la que se encontraba el equipo más laureado del fútbol ruso. Romantsev decidió renunciar a su condición de ayudante una vez llegó Unai Emery al club, pero su opinión sigue siendo muy importante. Algunas críticas al estilo que estaba practicando el equipo han llegado desde su figura, a lo que Unai ha respondido que el mejor estilo es el de la victoria y que en las últimas fechas esas victorias han llegado. Los primeros meses de Emery no están siendo cómodos, aunque es cierto que el Spartak está empezando a mostrar síntomas de mejoría. Hoy, un paso clave, la visita del Fútbol Club Barcelona con un estadio Luzhniki hasta la bandera. La sombra de Oleg Romantsev es muy larga y para Unai, una buena actuación en un escenario como este,  sería la mejor forma de empezar a combatirla.

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