Histórico
22 febrero 2012Jose David López

Olympique Marsella: La libertad del apellido Ayew

Cientos de ojeadores visitan cada esquina de Accra en busca de genialidad, chispa o talento. Hay lucha, ambición y sacrificio, pero también un supuesto contrato que ata la vida de niños a la de personas dudosamente cualificadas para hacerles progresar en sus habilidades futbolísticas. ‘Profesores’ que no recuerdan ningún club donde se vistieron de corto y niños que dejan de asistir a las escuelas. Familias que ahorran de sol a sol. Buscan la salvación global en los pies de un crío al que han inculcado falsas promesas. En el mejor de los casos, acabarán sin papeles y de manera ilegal en cualquier techado de Europa, pidiendo clemencia para alimentarse lejos de los focos mediáticos que ahora ven en cada balón.

Entrenan en la playa desde primera hora de la mañana, no tardan en atrincherarse durante horas en la orilla y visten camisetas pigmentadas que, en algún momento, intentaban parecerse a las que pretenden representar en el futuro. Son vinculados desde muy temprana edad a cargo de supuestos ‘agentes’, depredadores de sueños y manipuladores, que encuentran víctimas ideales en aquellos sonrientes niños, que desde ese instante pasan a creerse especiales y privilegiados en tierra de lobos. La trata de estos chicos, que encuentran como única alternativa un viaje de ‘alto standing’ en cayucos por las rutas marítimas habituales, es uno de los grandes problemas en Ghana, donde hay más de 500 escuelas futbolísticas ilegales. Los Ayew, impulsados por un apellido que facilitó su proyección, gozan del respeto alejados de Accra pero con la losa a cuestas de ser los generadores de falsas ilusiones a kilómetros de distancia. En Marsella, son la ‘otra’ esperanza, la de regresar a la élite.

Y es que en el Velodrome recuerdan que la última vez que lograron codearse con los grandes del continente y tocaron la gloria, en 1993, fueron inesperados campeones. El pasado curso lograron alcanzar esta misma fase después de once años de sequía y ausencia de competitividad de primer nivel. En aquella noche mágica del reinado europeo, se unieron dos apellidos casi iconográficos del actual momento que atraviesa la entidad y que impulsan las esperanzas de los pasionales hinchas del OM. Uno responde al nombre de su entrenador, Didier Deschmaps, inconfundible mediocentro de la generación de oro. El otro, es el apellido Ayew pues el gran mito del fútbol africano, Abédi Pelé, era el delantero revulsivo en los primeros éxitos de los 90 y ahora la plantilla goza de sus dos vástagos más adelantados: André y Jordan.

Separados solo por dos años, ese estrecho margen fue el causante de que los dos hermanos hayan llevado una vida bastante diferente en su camino hacia el Velodrome. André está considerado el mejor jugador ghanés de momento, viene de ser catalogado como jugador africano del año 2011 por la BBC y explotó el pasado año como gran desequilibrante ofensivo del Olympique. Capacitado para romper por explosividad, potencia y técnica individual, así como para luchar y sacrificarse por el bien global defensivamente, su profesionalidad es máxima. Ha disputad un Mundial, dos Copas África y sabe lo que es ser el crack juvenil tras ganar un Mundial Sub 20 con Ghana (2009), pero nada de ello le hizo perder la correcta vía hacia el éxito. Sin duda, el jugador africano de mayor progresión en los últimos años y absolutamente imprescindible en las mejores tardes de un Marsella que lo adora como a su padre. Nacido en una comuna cercana a Lille (donde su padre jugada por entonces) hace 22 años, prefirió criarse con su familia natural en Ghana y con sólo diez años ya jugaba en el modestísimo Nania (propiedad actual de su padre y club de la Tercera División ghanesa). Debutó en el primer equipo a los 15 años y pese a la diferencia enorme de edad, ya participó en un torneo africano Sub 19 con jóvenes promesas. Ese recorrido le hizo poderoso mentalmente y valorar la llamada de su padre a los 17 años abriéndoles las puertas del Velodrome. Se buscó la vida en cesiones a Lorient y Arles antes de asaltar los planes de un Deschamps enamorado de su fortaleza. El auténtico crack del OM.

Jordan ha tenido un camino mucho más limpio y accesible como un puro marsellés. Nació hace 20 años en la ciudad donde ahora se desempeña, la fama de su padre en aquel momento, siempre lo acompañó y nunca perdió a su referente, con el que a diferencia de André, sí se crió. Incluso Abédi, en varias entrevistas, ha dejado caer que es en Jordan en quien tiene mayores metas puestas ya que lo considera el más prometedor de sus hijos (osada respuesta). Con 15 años pertenecía al club, a los 17 debutó y desde entonces, si salir de allí, ha luchado en sus equipos menores por un hueco que le llegó el pasado año. Delantero de buenos movimientos, rápido e inteligente lejos de un área donde prefiere entrar únicamente para rematar. Necesita crecer y progresar en la definición pero la atenta mirada de su mentor junto a él, le servirá para encontrar las mejoras necesarias. Recientemente llamado para la selección de Ghana, debe convencer a Deschamps de su presencia constante en sus esquemas o solicitar una cesión en verano para progresar.

Dos hermanos que nunca escondieron sus raíces, que jamás pensaron en defender a Francia pese a haber nacido en suelo galo y que llegaron a contar como un amigo de su infancia les reconoció un día en las calles de la Costa Azul. Era un compañero de André en sus años cerca de Accra, futbolista engañado por las mafias, que habían usado la fama de los Ayew para asegurarle una prueba con el Olympique. Vivía en la calle, mendigando y solicitando una ayuda que, en su caso, jamás le llegó a través del fútbol. Un apellido que emana brillantez y gloria en África pero que también esconde una losa oculta, la de representar el ‘cebo’ perfecto para los futbolistas de Ghana. Niños sumisos tras la pelota, la vida de los Ayew.

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