Histórico
19 febrero 2012Jesús Camacho

David Ginola: “Le Magnifique” de la Provenza

Los aromas de la Provenza embriagan Gassin, paraje idílico de la Costa Azul en el que los pinos, el espliego y el tomillo inundan de sensaciones y recuerdos a todo aquel que haya echado raíces en aquella comuna francesa. En aquel pueblo en el que el sonido del mar se confunde con el de las cigarras y el sur se disfraza de brisa, nació un 25 de enero de 1967 David Ginola. Para su familia un chico adorable que compartió con René y Mireille (sus padres) la afición por un buen vino y para el fútbol de la década de los noventa la agradable aparición de aquel que fue conocido como “Le Magnifique”.

Aquel que desde que marchó de casa a los trece años de edad para dedicarse al fútbol, compró con la elegancia de su pierna izquierda un ‘domaine en Francia’, en el que demostró que su carrera era una cuestión de puro aroma y bouquet. Sin duda una cuestión vitivinícola, de cata del buen fútbol, del sabor provenzal que dejó en los aficionados galos la aparición en la segunda mitad de la década de los ochenta de un extremo hábil y talentoso en las filas del Sporting Toulon Var, club en el que debutó en otro tiempo un tal Jean Tigana y en el que David Ginola dio continuidad a la elegancia en 1985.

Una elegancia que paseó durante sus primeros años como jugador profesional portando las casacas del Racing Club de France Football, club al que llegó en 1988 y en el que militó hasta 1990 y, en las filas del Stade Brestois, club de la Bretaña francesa al que llegó tras el descenso a Segunda División del Racing. Ginola necesitaba entonces un lugar para trabajar y expresar su fútbol en paz, serenamente, y aunque con su acento del sur no lo tuvo fácil, encontró en Brest el lugar idóneo para creer en sus posibilidades y brillar a gran altura. El estadio Francis Le Blé hirvió en más de una ocasión con un equipo que amalgamó fantásticamente la veteranía y la juventud de sus componentes, un escenario que marcó a fuego en sus gradas el recuerdo de David Ginola. Fue sin duda una etapa muy positiva para su carrera pues en ella consolidó su progresión y logró abrir la puerta de uno de los grandes del fútbol francés: el París Saint Germain.

Llegó al PSG en 1992 y las gradas del Parc des Princes ejercieron como testigo de los mejores años de la carrera de Ginola. Tres temporadas en las que su elegancia y su habilidad cautivaron a Francia. Lo suyo como un Château Petrus de 1982, un vino, un fútbol que generó momentos sublimes y destellos de enorme calidad con la camiseta del PSG, aquella con la que conquistó una Liga Francesa, dos Copas de Francia y una Copa de la Liga. Aunque para algunos Ginola haya podido ser un jugador sobrevalorado, en mi caso le recuerdo como un futbolista con un talento enorme, que con la camiseta del PSG compartió vestuario con futbolistas de la talla de Lamá, Ricardo, Guerin, Valdo, Raí, Le Guen, Bravo o Weah. Una época en la que el extremo sureño se consagró como el mayor valor del fútbol galo, un futbolista que por velocidad, calidad e imaginación en aquellos metros en los que se deciden un partido, se convirtió en uno de los más cotizados de Europa.

David tocaba la cima del mundo con la yema de sus dedos, el buen gusto que mostraba fuera de los terrenos de juego por la cultura gastronómica y vitivinícola lo trasladaba cada domingo a los 105×70, donde no tardó en ser seleccionado para el combinado nacional de su país, aquel con el que viviría los diez segundos más oscuros y crueles de su carrera deportiva. Diez segundos y un error fatal que le convirtieron en poco menos que un apestado para Aime Jacquet, una jugada cruel del destino acaecida en 1994. Fue en un partido clasificatorio para el Mundial en el que a Francia, que jugaba como local, le bastaba con un empate ante Bulgaria para sellar su clasificación. A falta de un minuto para la conclusión del partido, Ginola condujo el balón al córner, donde intentando perder tiempo centró y perdió la posesión de un esférico que pasó a los búlgaros, que a la contra y por medio de Emil Kostadinov consumaron la tragedia.

Aquel error lo pagó muy caro, pues Ginola no fue convocado una sola vez más, poniendo prematuramente punto y final a su carrera internacional con tan solo 17 presencias. Fue un duro revés para el jugador francés, al que injustamente se le pasó factura enturbiando un tanto su magistral contribución al fútbol galo de los años noventa, certificada en aquellos 115 partidos y 33 goles con la camiseta del PSG. Afortunadamente Ginola pasó página a aquellos diez segundos de oscuridad en 1995, abriéndose camino zigzagueando por la raya de cal de los estadios ingleses. Con la camiseta del Newcastle y por la alfombra verde de St.James Park, por donde paseó su calidad para rendir a gran altura  en su primera temporada, contribuyendo a que el Newcastle consiguiera una meritoria segunda posición en la Premiere, superado tan solo por el Manchester United. Una campaña que con la estelar incorporación de Alan Shearer clonaron “Las Urracas” en la siguiente temporada, en la que el Newcastle peleó por el título hasta el último suspiro.

Desavenencias con el técnico y algunos compañeros provocaron su salida del Newcastle en 1997, Ginola firmó por el Tottenham y con la camiseta del conjunto londinense siguió dejando momentos de sublime bouquet, al punto de que uno de los gurús del fútbol como Cruyff, llegó a decir sobre él que era el mejor jugador del mundo en aquel momento. En 1999 recibió el premio al futbolista del año en Inglaterra y durante las tres temporadas que jugó con los Lilywhites dejó un reguero de genialidad por banda, pegando su talento a la raya de cal, trazando diagonales con su condición de ambidiestro y usando su sutil pierna izquierda para desarrollar los destellos finales de una carrera que fue decreciendo tras su salida del Tottenham en el año 2000.

Aunque siguió en activo jugando en las filas del Aston Villa y el Everton, el estado físico de Ginola había provocado que el jugador francés regresara mentalmente a Gassin, tierra provenzal en la que aquel niño que había crecido educado en la aromática cultura de la gastronomía, el vino, la tierra y el mar, echó las raíces de uno de los viñedos con mejor bouquet futbolístico de su generación. La generación de Ginola y Cantona, dos franceses sin corona con su selección, pero con categoría de Romanée-Conti de 1990 “pura elegancia y taninos de seda” Por ello en este momento crucial en el que una nueva y cruel jugada del destino ha deparado que unos momentos de ocio y esquí en los Alpes franceses se conviertan en diez segundos de oscuridad, queremos recordar su figura esperando ávidamente que el sumiller que lleva en su interior abra los ojos para recomendarnos un Domaine David Ginola.

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