Histórico
18 octubre 2011Jose David López

Mahamadou Diarra, 5051 kilómetros de esclavitud

La ORT había viajado hasta Bamako con la esperanza de seguir emitiendo al país la progresión de la selección de Mali rumbo a la Copa África 2008. El penúltimo partido de la fase previa, que podría ser determinante, les obligaba a vencer a Sierra Leona para depender de sí mismos en la fecha definitiva varias semanas después (ante Togo), pero salir derrotados, condenaría sus aspiraciones. Desde 2002, la mejoría de Las Águilas era evidente y la presencia de jugadores en clubes de potencial europeo, había extendido la impactante pasión por el fútbol entre los malís. Sin embargo, dos de ellos, Mahamadou Diarra y Frederic Kanouté, (capitán y delantero), habían ‘traicionado’ (según opinión nacional) a su bandera, decidiendo abandonar la concentración para volver a la Liga y, en caso del primero, disputar un partido absolutamente crucial con su equipo.

La decisión, exigida directamente desde la FIFA, debilitaba enormemente los planes de Mali, evidenciaba las estrictas medidas del máximo organismo mundial con las selecciones más débiles y complicaba el futuro de una nación volcada con sus futbolistas. Desde Madrid, desde el Santiago Bernabéu, aquél capitán que había dejado su corazón en Bamako, recibía noticias satisfactorias con la cómoda goleada de sus compatriotas (6-0). Un resultado que tranquilizó tensiones, allanó el camino de Mali hacia la CAN y, sobre todo, liberó a un Diarra entregado a su país, al que dedicó el gol más importante de su carrera esa misma tarde. Curiosamente, a 5051 kilómetros de su gente y de su bandera. Un gol, que daba el trigésimo título de Liga al Real Madrid y que lo situó en la cima de su carrera, la misma, que entre silbidos y críticas de aquellos a los que abanderaba vestido de blanco, esclavizaron poco después.

No es que el templo de los madridistas hubiera tomado medidas inicuas y exageradas contra el mediocentro malí ni tampoco que el rendimiento del jugador hubiera abochornado a quienes pagaron 30 millones de euros por él unos años antes. Y es que aún hoy, sigue siendo el mal endémico de un club malaventurado con todo aquél que osa ocupar labores de destrucción en sus esquemas. Mahamadou sufrió el calvario del ostracismo, la invisibilidad y la negatividad que levantaba en todos los análisis desde los medios de comunicación. No era el más habilidoso con los pies, no lograba desplazamientos en largo, limitaba la asociación en la medular e impedía la celeridad en la transición ofensiva. Es decir, que cumplía el rol estándar de mediocentro físico de contención que sirve de fiel escudero a sus compañeros, que frena las amenazas rivales y que mitigaba con su sacrificio cualquier intento de romper el equilibrio defensivo blanco.

Cualidades todas ellas ancladas a una figura que jamás triunfó (ni parece que logrará hacerlo en el futuro) en el Real Madrid. Una etiqueta perjudicial que acompañó históricamente al considerado mejor destructor de la era moderna (Claude Makelele) y que hoy, con el apoyo de la masa social y los analistas más osados, siguen arrastrando referentes mundiales como Lassana Diarra o Sami Khedira. Un papel para el que no puede haber actor plausible a ojos del Bernabeu y para el que nadie podrá convencer por la obediencia táctica y la sumisión estratégica que requiere dentro de un esquema.

A Mahamadou, petición expresa de Fabio Capello esa temporada, no le sirvió de nada aquella tarde de gloria a miles de kilómetros de donde debía estar, ni tampoco la amabilidad y alegría que aportaba al grupo (como demuestran las cientos de anécdotas que todos los integrantes de la plantilla pueden contar sobre él). La crueldad con la que empezó a ser marginado de las convocatorias, de los planes y del futuro proyecto, desactivó el caché del que años antes, había sido uno de los referentes del Lyon dictador en Ligue 1 (Diarra ganó cinco títulos ligueros consecutivos). Truncada su carrera y tras algunas lesiones, intentó esbozar una sonrisa con la opción ‘salvavidas’ de un Mónaco que se derrumbaba (y derrumba) y donde no pudo aportar en apenas cinco meses de cesión. Sin contrato como madridista y sin opción a ganarse un puesto, este verano el club no frenó su adiós, nadie oficializó su salida y las noticias entorno a su paradero, seguían siendo turbias y nada definidas.

Mahamadou, dispuesto a no decaer y a volver a levantarse tras los golpes recibidos, regresó a Lyon para buscar recuperar su forma física y pese a entrenar con los de Remi Garde, el club del Gerland no accedió a ofrecerle un contrato. Desde entonces, se ejercita a diario en Tola Vologe (centro juvenil del Lyon) con jóvenes que le han reforzado la moral mientras espera una oferta que satisfaga sus intenciones pues, como él mismo ha expresado rechazó muchas proposiciones pues intenta no vivir de nuevo la angustia de un club de zona baja. Estoy en forma, me siento bien. Creo que puedo jugar tres temporadas más sin ningún problema. El fútbol es mi vida y no me puedo despedir así. Soy fuerte mentalmente y trabajo para volver a estar al 100%”. Cuando lo hizo, Mali le adoraba, era estrella del Lyon campeón y, pese a todo, historia reciente del Real Madrid. Un gol que valió una Liga premiada con una vida… de esclavitud.

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