Histórico
3 abril 2011Jesús Camacho

Mayo del 64, histeria colectiva en Lima

Muchos de nosotros creíamos haber visto ya todo lo que teníamos que ver en un campo de fútbol, pero como siempre la realidad nos suele sorprender y superar con el paso de los años. Si no, contadme que pensasteis cuando contemplasteis hace unos días la imagen de un féretro portado a hombros en pleno encuentro por  la barra brava El Indio en el estadio colombiano de Cúcuta Deportivo. Un ataúd en el que reposaban los restos mortales de Cristopher Alexander Jácome Sanguino, -miembro de la barra brava- que según cuentan se llevaron en pleno velatorio para cumplir su última voluntad.

El fútbol tiene la extraña capacidad de sacar lo mejor y lo peor de todos nosotros, cuentan los expertos que sus gradas representan un fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos y aparte de ser un juego y un espectáculo capaz de crear algo artístico y bello, tras él subyace un trasfondo bélico y dramático que en ocasiones deja de ser una representación para convertirse en una tragicomedia e incluso para desgracia de la historia del mismo en una tragedia. Una escenificación que trasladada a sus gradas, en ocasiones se convierte en el enfrentamiento de hordas exaltadas de guerreros que enaltecen con palos, bengalas y diversas armas camufladas las banderas y colores de sus respectivos equipos y pueblos.

Lo cierto es que este deporte capaz de apasionarnos y ofrecernos momentos que permanecen grabados para siempre en nuestras retinas, ha vivido en más de una ocasión una dramática realidad que ni podemos olvidar, ni debemos ocultar. Trágicos sucesos como Ibrox en 1902, Monumental 1944, Burdnden Park en 1946 o Heysel en 1985. La sexta tragedia de grandes proporciones acontecida en la historia de deporte y de las que solo nos queda citar la acontecida una oscura tarde de domingo de un 24 de mayo de 1964 en el estadio Nacional de Lima. Una histeria colectiva capaz de desbaratar la vida y hacer enloquecer a un colegiado uruguayo llamado Ángel Eduardo Pazos, que tras la tragedia tuvo que ser tratado psiquiátricamente y decidió hacerse sacerdote. Primer protagonista de una crónica negra del fútbol, aquel que junto a Víctor Melasio Campos, “El Negro Bomba”, y al jefe policial, comandante Jorge de Azambuja se encargó de completar el explosivo cóctel de sangre y dolor que amargó la tarde de los 47 157 aficionados que llenaron las cuatro tribunas del estadio Nacional de Lima.

Un partido correspondiente a la clasificación para los JJOO de Tokio en el que se enfrentaron Perú y Argentina, y en el que prácticamente la totalidad de los espectadores eran peruanos, por lo que la chispa que encendió la llama de la histeria no surgió entre aficiones rivales. Mucho más complicado de comprender conociendo este detalle que no impidió aquel inexplicable momento de agresividad que se vivió en el minuto cuarenta de la segunda mitad, en el que el delantero peruano Víctor Kilo Lobatón, logró neutralizar el gol argentino anotado por Néstor Manfredi.

Un gol, un hecho que en segundos hizo desatar primero la alegría, luego la indignación y finalmente la tragedia. Y es que Pazos, -colegiado uruguayo en el que algunos vieron al ángel de la muerte-  tomó la decisión de anular el tanto por falta previa del delantero peruano al zaguero argentino Andrés Bertolotti. Cuentan que en aquel momento un extraño clic se produjo en el inconsciente colectivo de los 47.157 aficionados.  La gente pareció enloquecer, las alambradas comenzaron a temblar por la presión de la masa. De la tribuna oriente comenzaron a volar los asientos, en la popular sur, las fogatas proliferaban a un ritmo inusitado. En aquella imparable escalada de violencia e histeria el árbitro decidió dar por concluido el encuentro debido a la falta de garantías. En ese instante, Víctor Melasio Campos, delincuente habitual y proxeneta -más conocido como Negro Bomba-, saltó al terreno de juego con la intención de agredir al colegiado. Aquel tipo enfurecido, -de unos 95 kilos de peso- se fue directo a por Pazos y la policía tuvo que recurrir a los perros para detenerlo. Fue reducido y recibió una brutal paliza que acabó desencadenando la cascada de acontecimientos sangrientos que arrojó el luctuoso saldo final de 328 muertos.

Y es que las fuerzas del orden pasaron a convertirse a partir de ese momento en objetivo número uno de la masa. Mucho más cuando la excesiva mano represora del comandante Jorge de Azambuja, dio la orden de disparar bombas lacrimógenas contra las tribunas, tras el salto de otro aficionado llamado Edilberto Cuenca. Una estampida humana entre un río de gritos y pánico, aplastó todo lo que se le puso por delante, aficionados que saltaban y se descolgaban por las vallas publicitarias. Miles de personas que intentaban huir pero se encontraban con las puertas cerradas, muros y rejas metálicas entre los que encontraron la muerte. Una tarde de fútbol convertida en terror y sangre. Relatada de la siguiente manera por Mauricio Gil, reportero de El Comercio de Perú: “El aire se agota. Los pulmones se encogen. Las costillas se quiebran. La avalancha humana transformó el miedo en histeria al toparse con las puertas cerradas. Obstáculos de metal que sólo se abrían hacia dentro y que concluían las escaleras, el descenso hacia la muerte”.

Cuentan que la pesadilla vivida fue de tales proporciones que las columnas de cadáveres llegaban hasta los dos metros de alto. Una escalada de violencia que se trasladó a las afueras del estadio, pues aquellos que lograron escapar salieron enardecidos llegando a matar a tres policías. Hubo saqueos, robos, incendios, la policía tardó horas en recuperar el control de la situación y en el trasfondo de la masacre una posibilidad que subyace de forma inquietante: la necesidad de la masa de descargar en aquel suceso  el clima de tensión política que se vivía en la Lima de aquel entonces.

La cara amarga y oscura de un deporte que cada día me invita a ofreceros historias y perfiles de leyenda, pero entre los que también encontramos sucesos como estos que hoy os quise mostrar. Sucesos que jamás debemos olvidar y de los que tenemos que sacar un aprendizaje vital con la intención de que comprendamos que una simple chispa surgida desde cualquiera de los estamentos, entidades, empresas, pueblos, ciudades y personas, que nos implicamos de una manera u otra en el atractivo rodar de una pelota, puede convertirse en un incendio incontrolable de consecuencias irreparables.

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