Histórico
4 agosto 2010Jesús Camacho

México 70: Brasil, O’Rei y el Jogo Bonito

Domingo, 21 de junio de 1970. El estadio Azteca de la Ciudad de México se convierte en marco incomparable y escenario de una representación artística casi perfecta. Sobre la cancha dos grandes selecciones, una terrenal y la otra sobrenatural, la Italia de Facchetti, Rivera, Riva, Mazzola y Boninsegna y la Brasil de cinco números diez que no tocan el suelo sino que lo sobrevuelan por el verde tapete del caluroso estadio mexicano. El colegiado alemán Rudolf Gloeckner encargado de silbar al viento Azteca los goles verdeamarelhos.

Italia llega a la final haciendo como siempre un ejercicio brutal de eficacia y conocimientos del juego en una fase final de un torneo. Oficio, talento y beneficio, un equipo dirigido por Valcareggi con Albertosi en la portería, arropado por una excelente línea defensiva en la que Burgnich y Rosato, son los firmes guardianes de la zona central, con el magnífico Giacinto Facchetti, a la izquierda, con el interista Sandro Mazzola y Domenghini aportando la calidad en la media y una pareja fantástica compuesta por Boninsegna y Gigi Riva, arriba que marcan el camino hacia el gol. Una selección con mucha prosa, con trazos de prosa poética pero en la que la poesía contempla desde el banquillo el despliegue futbolístico de sus compañeros aguardando impaciente unos minutos en los que brillar: Gianni Rivera.

Por parte brasileña, Zagallo tiene muy claro su once: Félix era el guardameta, Brito y Wilson Piazza -mediocampista actuando en posición de central- en el medio de la zaga; Everaldo en el lateral izquierdo y Carlos Alberto, -tremendo futbolista que casi pudo contar como un delantero más por sus constantes subidas- en la derecha. En la parcela central del terreno de juego tenían a Clodoaldo, un futbolista que sin hacer ruido aportó equilibrio y contención a un equipo que de ahí para arriba representaba desequilibrio continuo para el rival.

En ataque era de locos, cinco números “10” adaptados a novedosas posiciones en las que lograron complementarse para hacer del fútbol pura poesía. Un compendio de recursos estilísticos trasladados a la hierba, anáforas de Gerson que lanzaba al equipo partiendo desde una posición centrada, la palindromía de Rivelinho y Jairzinho por la izquierda y la derecha, la metáfora de Pelé en tres cuartos de cancha y la prosopopeya de Tostao con el balón en el área rival.

El resultado un conjunto que rozó la perfección, seis triunfos en seis partidos, con 19 tantos a favor y 7 en contra. Con Jairzinho (7) y Pelé (4) como máximos anotadores. Un bello soneto a la carrera de Pelé, que llegó castigado físicamente pero que brilló con acciones y no goles para la historia, logrando el gol número 100 de Brasil en los mundiales, con un magnífico testarazo que supuso el inicio de la goleada 4-1 sobre Italia en la final.

Una final que merece la pena contar y que comenzó con paridad en el juego y en el marcador, pues al sensacional testarazo de Pelé al fondo de las mallas de Albertosi en el minuto 18, respondió Boninsegna con un gol de listo tras aprovecharse de una grave indecisión de la zaga brasileña en el 37 de partido. Empate que quizás pudo causar sorpresa al espectador pero que para nada inquietó los planes de un equipo que acudía a su cita con la historia una vez más.

La exhibición final pospuesta pera una segunda mitad en la que Brasil dominó por completo y martilleó a Italia con tres goles más. Un primer aviso de Gerson -que se salió en la segunda mitad- marca el preámbulo al segundo gol. En otra aparición estelar de Gerson -que hacía cinco minutos había hecho temblar el travesaño de Albertosi- y tras realizar un sombrero marca de la casa, anota de tiro potente y cruzado anota a los 21 minutos. El tercero obra de Jairzinho, tras antológica jugada de Pelé cinco minutos después y el cuarto y último a cuatro del final.

Clodoaldo inicia la excelente jugada en el medio, pasa a Rivelino y este a Jairzinho, este pasa a Pelé que realiza una dejada sensacional y sin mirar al espacio libre por el que entra como una exhalación Carlos Alberto, que con un espectacular zapatazo bate de nuevo a Albertosi. La jugada perfecta que corona el cuatro a uno inapelable y una exhibición de Brasil para el recuerdo.

Con el pitido final de Gloeckner, la explosión de los tri campeones, la desbordante emoción y pasión que provoca el desmayo de Rivelinho, la desnudez de Tostao ante la gloria y la pérdida de la camiseta de Pelé.

El reconocimiento del fútbol y la deportividad del rival que ha doblado las rodillas ante un equipo de leyenda. Una desbordante cascada de adjetivos para calificar la belleza y superioridad de Brasil, las palabras de Aldo Stacchi –vicepresidente de la Federación Italiana- “Es el mejor equipo del mundo. Italia no tiene razón para avergonzarse al haber perdido ante un equipo como este”.

Justo premio a la grandeza del fútbol ofensivo que llega de las manos de Gustavo Díaz Ordaz –presidente mexicano- en forma de Copa de Jules Rimet a los brazos temblorosos de Carlos Alberto, que levanta hacia el cielo mexicano una alegoría de la victoria y la onomatopeya del gol.

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