Histórico
7 julio 2010Francisco Ortí

Hirsch, el extremo al que sólo frenó Auschwitz

Esther apenas sumada 17 años, pero su mirada carecía de brillo. Los horrores que había visto lo habían apagado. Su condición de mestiza -su padre era judío- suponía una tortura en la Alemania durante las décadas de los treinta y cuarenta. Primero la marcaron con una estrella para mostrarle que no era ‘normal’. Después fue recluida junto a su hermano Heinold en el campo de concentración de Theresienstadt, donde sobrevivió de milagro a la crueldad nazi. Cuando estaba a punto de rendirse, el Ejército Rojo acudió en su rescate. El 7 de mayo de 1945 fue liberada junto al resto de prisioneros supervivientes de Theresienstadt.

Tras recuperar la libertad comenzó la búsqueda de su padre. La última vez que lo había visto fue en 1938 cuando éste saltó del tren en marcha mientras volvían de visitar a unos familiares en Francia. Le abandonó, pero tenía un buen motivo para hacerlo. Quería protegerles de su condición de judio, intentando escudarles ante la persecución nazi que estaba produciéndose contra los de su condición. Tanto Esther como Heinold buscaron durante años el paradero de su padre hasta que repasando la lista de los miles de fallecidos en el campo de concentración de Auschwitz encontraron su nombre: Julius Hirsch. Estaba muerto.

La vida de Julius Hirsch desapareció entre las cotidianas atrocidades de Auschwitz. A los soldados nazis no les importó que durante la Primera Guerra Mundial él hubiera combativo a su lado. Era judío y por lo tanto debía ser exterminado. Tampoco importó que Hirsch fuera uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol alemán y defendiera con honor la casaca de la Mannschaft. De nada sirvieron sus serpenteantes apariciones por el flanco izquierdo del Karlsruher, del Furth o la selección alemana. Murió en Auschwitz asesinado, siendo considerado basura, por aquellos que años atrás celebraban sus goles y coreaban su nombre.

El filosofo alemán Theodor Adorno apuntó que “escribir poesía después de Auschwitz  es un acto de barbarie” . Julius Hirsch la escribió antes de Auschwitz y lo hizo con sus habilidosos pies. Nacido en Achern en 1892 y a los diez años ya se decantó por el fútbol, pasando a formar parte de la cantera del club que amaba, el Karlsruher FV, un equipo que por aquella época luchaba por la hegemonía del sur de Alemania. Flacucho y débil, pero con una velocidad endiabla y una técnica exquisita, Hirsch no tardó en llamar la atención del primer equipo. A los 17 años, el entrenador William Townley le alineó como titular contra el Freiburg para cubrir la baja del extremo izquierdo titular. Hirsch le enamoró. Jugó un buen partido y marcó un gol. Jamás volvió a desaparecer del once inicial.

Hirsch se convirtió en un referente del KFV, para quien ganó la Südkreisliga -título que se entregaba al mejor equipo del sur de Alemania- derrotando al anterior campeón el FC Phoenix por 3-0 en la final, y también levantó la Meisterschaft –título de campeón nacional-. En un partido con final de infarto y prórroga incluida, el Karlsruher venció al Holstein Kiel por 1-0 y se proclamó el mejor equipo del país. Gracias a los éxitos en el KFV recibió la llamada de la selección nacional, donde formó el temido ‘trío tormenta’ junto a Fochs y Fürderer. Con la Mannschaft combatió el dominio de Inglaterra, Hungría y Austria, y disputó los Juegos Olímpicos de Estocolmo en 1912. Una de sus actuaciones más memorables se produjo ante Holanda, en uno encuentro que figura entre los mejores disputados antes de la Primera Guerra Mundial. El marcador final fue de empate a cinco y Hirsch anotó cuatro goles para Alemania.

La carrera de Julius Hirsch avanzaba a un ritmo imparable. Se marchó al Furth, donde ganó otro título nacional, y poco después regresó al Karlsruher en busca de más trofeos, pero sus escapadas de la banda izquierda fueron frenadas por la Primera Guerra Mundial. Fue llamado a filas y combatió con el ejercitó alemán. Cuando regresó de la guerra su cuerpo ya no le permitía seguir jugando a fútbol y coqueteó con el puesto de entrenador, de nuevo en su amado Karlsruher. Sin embargo, todo cambió radicalmente cuando en 1933 Adolf Hitler se inventó ‘el problema judio’ y las personas con las mismas creencias que Hirsch se convirtieron en animales.

Los equipos alemanes, ante el temor de ser castigados por el Fuhrer, apartaron de sus equipos a cualquier jugador relacionado con el pueblo judío. También lo hizo el Karlsruher y Hirsch no lo pudo soportar. “El amor que le tenía a este equipo al que he pertenecido desde 1902 ha desaparecido radicalmente. Quería que quedara claro el daño que nos está haciendo la nación alemana a un conjunto de personas decentes que hemos demostrado nuestro cariño a este país, incluso dando nuestra sangre por él“, anunció el ex jugador del KFV.

Escapó a Francia, estuvo recluído en el psiquiatrico Bar-le-Duc diagnósticado de depresión después de abandonar a su mujer e hijos saltando de aquel tren en marcha, pero no pudo escapar de las inagotables garras del nazismo. En 1943 fue detenido por la Gestapo y posteriormente enviado al campo de concentración de Auschwitz, donde murió víctima del Holocausto. Su hija Esther encontró su nombre en la lista de judíos asesinados en aquel terrorífico lugar. Un nombre que se ha convertido en sinónimo de lucha, y en Alemania se entrega el premio Julius Hirsch contra el racismo y la xenofobia. La Mannschaft buscará este miércoles un hueco en la final del Mundial 2010 y lo hará con el recuerdo de Julius Hirsch, un portentoso extremo izquierdo al sólo Auschwitz pudo frenar.

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