Histórico
30 junio 2010Jose David López

El mundo aparte de Cristiano Ronaldo

Un Mundial como el de Sudáfrica, visita tierras apasionadas con el deporte rey y muestran que la pelota más famosa del planeta, rueda con fervor por cada una de sus esquinas. Los Jabulanis se venden a millones, la vuvuzelas amenazan con expandirse por el mundo a ritmo de estruendos y los niños sudafricanos se ilusionan más que nunca con poder ser los elegidos del futuro por los Bafana Bafana. Todo el universo mundialista ha puesto su granito de arena para la constante progresión del fútbol pero muchos de los que estaban destinados a brillar en el primer mundial africano, han faltado a su cita competitiva o, lo que es peor, educativa.

Siendo realistas y críticos, con tantas selecciones subordinadas por las sorpresas de las primeras fases, iconos como Rooney, Ribery, Etoo, De Rossi o Drogba, lastraron buena parte de su crédito en Sudáfrica. Ellos, como algún otro, fueron víctimas de una generación incapaz de cumplir expectativas e incluso de problemas físicos que mermaron su capacidad, pero salieron con más o menos inteligencia de los dilemas que sus tempranas eliminaciones les crearon. Escudarse en el colectivo, admitir los errores, examinar sus conciencias o simplemente callar hasta que amaine el temporal. Todos, menos Cristiano Ronaldo, decidido a ser flash por méritos o deméritos propios. Obcecado en su incomprendida (o arrogante) ambición. Un mundo aparte.

El extremo (¿o delantero?) portugués no deja indiferente a nadie jamás. Es capaz de estigmatizar con su mirada a sus rivales cuando está inspirado pero, de igual manera, puede diseñar un plan ideal para auto-eliminarse en momentos donde hay que afrontar la cruda realidad. Ese jugador capaz de anotar 42 goles en una campaña, de diseñar un nuevo concepto de pegada a balón parado o de romper un partido con un simple gesto técnico, es el mismo incapaz de asumir el control cuando la derrota arropa sus airadas ambiciones personales. Es intachable en el trabajo diario, un profesional carismático y un auténtico crack por cualidades y por lo que ya representa en el fútbol moderno pero Cristiano echa por tierra su reputación con actuaciones como la de este martes ante España.

En el césped, jamás estuvo cómodo. La presencia de Hugo Almeida como delantero le aseguraba un compañero más a la hora de crearle opciones de peligro (cargando balones a los centímetros del punta del Bremen para sus llegadas desde segunda línea). También se le permitía liberarse del trabajo defensivo del resto de compañeros pues la entrada de Meirelles-Tiago-Pepe se debía encargar de ello. Incluso las constantes arrancadas de Coentrao (cuando Cristiano se cambiaba de banda), le ayudaban a poder aparecer con mayor asiduidad. Sin embargo, como sucediera a lo largo de todo el torneo, su participación ante España fue exigua y anti-productiva para Portugal.

Su rol le escudaba pero su falta de regularidad le acabó desesperando. Probó en ambas bandas, como delantero (donde se perdió absolutamente) y disparó sin acierto desde varias posiciones que reflejaban su impotencia. Esas amargas sensaciones tocaron éxtasis con el gol de Villa, lo que llevó al capitán portugués a la peor de sus costumbres, la de la exageración. En entradas de rivales, en gestos despreciables, en caricaturas muecas contra sus compañeros y, desde luego, a ser capaz de criticar con descaro las intenciones de su seleccionador, Carlos Queiroz. No sólo increpó los cambios del míster o abroncó airadamente a sus defensas, sino que acabó salivando (no encuentro manera más ligera de expresarlo) a uno de los cámaras que buscaba sus reacciones post-partido. Cristiano perdió los nervios y se exculpó de lo sucedido, lo que le ha costado las críticas de todo el pueblo luso.

Hoy, mientras viejas leyendas le piden explicaciones y lamentan la actitud ‘pasiva’ de su máximo representante sobre el césped mundialista, el crédito y la imagen del crack madridista vuelven a quedar al descubierto. Los ya creciditos vemos un enorme profesional con aires de niño consentido. Los niños de Soweto sólo piensan que, al menos durante unos días, su ídolo estuvo a pocos pasos de su casa. No les dejó su mejor fútbol ni su mejor sonrisa, pero sí un amasijo de dudas y reacciones inapropiadas. Cristiano habita en su propio mundo.

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