Histórico
7 febrero 2010Jesús Camacho

Balones de Oro: Van basten, el “Cisne del gol” (1988, 89 y 92)

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En cada palabra, en cada segundo, en cada instante, nace y muere alguien, pura dinámica de nuestra existencia, una diáfana muestra de la fortaleza y fragilidad del ser humano. Puro antagonismo, metáfora creadora y destructora, como la obra de Concha García, capaz de establecer un paralelismo artístico entre la fragilidad del papel y la del ser humano, vulnerable, capaz de soportar mil manipulaciones y recuperarse de todas ellas transformado.

Tan frágil y fuerte como esta historia, papel transformado en textos, palabras y recuerdos. Recuerdos de un fútbol que sentimos aún cercano pero que poco a poco va quedando lejano, de un futbolista tan fuerte como frágil, que en su caso como en el de Concha García, transformó fragilidad en arte, fortaleza surgida de su propia fragilidad. Y aunque hablar de papel y fútbol suponga recordar al mítico Mathias Sindelar, en esta ocasión mis recuerdos pasan de largo por las tierras montañosas de Austria y vuelan en descenso armónico hacia tierras y Países Bajos en los que os mostraré a un genio holandés de nombre Marco y apellido Van Basten.

Holandés que por su talento fue considerado en la primera línea sucesoria generacional de Cruyff y que por su físico –alto y frágil a la vez- se hizo acreedor a la siguiente sentencia del Doctor René Martí, en su enésima intervención de tobillo: “Era como Nureyev, pero desgraciadamente sus tobillos no pudieron soportar las tensiones de un cuerpo tan pesado”. Ese fue Marco, fino estilete para tres técnicos, Cruyff que le tuvo en el Ajax y le abrió el camino a la leyenda, Sacchi, que lo convirtió en el Oboe de su orquesta por lo estabilidad de su afinación y Capello que lo recuperó para el fútbol y consiguió que pudiéramos disfrutar con sus últimas genialidades en un terreno de juego.

A diferencia de Gullit, compatriota y compañero suyo en el Milan, Marco era más reservado, quizás más tímido. Su perfil era distinto, prefería mantenerse al margen de la vorágine que rodea al fútbol y no solía manifestarse sobre otro tipo de cuestiones. No por ello se sentía menos comprometido con otras causas sino que tenía otro punto de vista y que por ejemplo en el caso del racismo pensaba que en una afición de 80.000 personas no se debe tener en cuenta a doscientos idiotas. Lo suyo era hablar en el terreno de juego, donde por cierto se transformaba en otro ser, donde mostraba un carácter fuerte pero noble. Medio en el que se convirtió en el mejor futbolista de Europa, en un irrepetible goleador que logró tres Balones de oro y que en 1992 al arrebatárselo a Stoichkov –que no lo encajó muy bien- comentó: “Lo siento por él, soy un caballero-goleador, no un delantero-asesino”.

Palabras exactas que le definen, el mayor talento de la historia del fútbol holandés tras Cruyff, en su momento alter ego de Johann en el equipo ajacied, donde con 16 años inició su estelar camino y se mostró al mundo a través de sus goles, su visión y su elegancia. Cualidades que le valieron para ser en tres ocasiones máximo anotador de la Eredivise, campeonato que consiguió también en otras tres, además de 3 copas de Holanda y una Recopa de Europa en el 87.

Sueño imposible en azulgrana de Cruyff y sueño cumplido en rojinegro de Berlusconi, que en una noche de mayo del año 1986 tras el visionado de una cinta video con 37 goles suyos-con los que ganó la Bota de oro en la 85/86- le hicieron descubrir al genio holandés. Una cinta que al verla por decimocuarta y ávida vez le impulsaron a pujar fuerte por el genio de Utrecht y romper el mercado firmándolo en el año 87 por la mareante cifra de 2 millones y medio de dólares. Cifra con la que el ‘padrone’ del Milan conseguía el sueño de una noche de mayo en la que Marco le había llevado a presenciar lo que él consideraba como una antología del gol.

De esta forma Marco llegaba a Milan, club en el que abrió y cerró una época y en el que formó parte de un equipo de leyenda. Y eso que en un principio las cosas no fueron fáciles para el bueno de Marco, tardó un poco en acoplarse a aquel maravilloso equipo que estaba en pleno proceso de creación. Creación made in Sacchi, técnico con el que nunca tuvo una relación fluida, más bien tensa pero para el que fue pieza clave de una formación rotunda y aplastante en la que su gran amigo Frank Rijkaard y su compañero Gullit le flanquearon en una triple conexión holandesa que dotó a un gran conjunto de ese plus de calidad necesario para marcar época en el fútbol europeo.

Y es que Sacchi, que hizo un trabajo admirable con un grupo extraordinario de futbolistas dejaba poco margen para la improvisación y era metódico al extremo dentro de su revolucionario estilo. En ese punto chocaba con Marco, que como genio necesitaba su espacio, célebre es aquella anécdota en la que Sacchi se acerca a Van Basten en el almuerzo de una concentración para comentarle un aspecto táctico, un comentario que acaba por hacer explotar a un Van Basten, que se gira y le contesta contrariado: “Mientras como, no”. Quizás no fuera del todo fluida aquella relación pero si que fue productiva porque cuando sus tobillos se lo permitieron, Marco contribuyó con su talento y sus goles a la conquista del Calcio y la Supercopa de Italia en 1988, 2 Copas de Europa, 2 Supercopas de Europa y 2 Copas Intercontinentales entre 1989 y 1990.

Luego en la temporada 90/91 vivió momentos tan difíciles como curiosos, jugó poco y nunca estuvo conforme con la dirección técnica de Sacchi, del que se sentía cada vez más distante. En la Copa de Italia posiblemente marcó el gol más amargo de su carrera puesto que en aquel mal año y en semifinales ante el Roma marcó un gol en propia meta que supuso la eliminación del Milan. Además de ello vivió el rocambolesco apagón en Copa de Europa ante el Olympique de Marsella que sentenció al conjunto milanés. Un cúmulo de circunstancias que precipitaron la salida de Sacchi y la llegada de Capello, que lo recuperó para el fútbol y sacó las últimas esencias de aquel maltrecho cuerpo. Un físico frágil que le atormentó y del que surgió su genialidad, esas últimas temporadas en las que volvimos a verle hacer goles, ser campeón de Italia y capocanioneri por segunda vez en su carrera. El regreso de un genio que lo hizo para volver a ser el mejor y hacer goles hasta que sus tobillos dijeran basta, dejando en aquella fatídica temporada 92/93 unas cifras de otro planeta, pues en quince jornadas Marco decía adiós al fútbol habiendo anotado trece goles.

Y es que Marco fue gol en estado puro, un fuera de serie, un delantero de innata elegancia, dinamismo y gran visión. Indelebles recuerdos, y de entre ellos uno en especial que resumió su carrera y le definió. Final de la Eurocopa, 26 de junio de 1988, Holanda salda sus cuentas con la historia del fútbol. En un Olympiastadion muniqués bañado por un manto naranja y abarrotado de holandeses, se disputa una final que pasa a la historia. Como rival la poderosa URSS de Valery Lovanovsky, construida sobre la base del exitoso Dynamo de Kiev. Ante ellos la gran oportunidad de acabar con el maleficio tradicional que acompañaba a la ‘orange’ en las grandes finales internacionales. Holanda con el gol de Ruud Gullit en el minuto 33 abre la senda a la gloria y precede al momento mágico que está aún por llegar.

Minuto 54 de partido, Arnold Muhren le envía un pase aéreo a su perfil diestro, un balón con el que muchos tendrían que luchar para poder controlar y con el que Marco, aquel ‘Cisne del gol’, piensa hacer su obra maestra. Prácticamente sin ángulo, Van Basten engancha una volea impecable con el pie derecho, el cuerpo en perfecto equilibrio y el balón al ángulo desde una posición imposible. Un gol para enmarcar y poner en clases de video a los chicos que quieren aprender a volear. Registrado como uno de los mejores de todos los tiempos y posiblemente el mejor tanto convertido en la historia de la Eurocopa. El ‘Gol del Cisne que acabó con la leyenda de Munich para siempre e hizo justicia a varias generaciones de fútbol total.

El giro de un frágil tobillo que hizo en demasiadas ocasiones crack y el lugar por el que se desangró la genialidad del artista en su frágil existencia, ese torrente de fuerzas y miserias del que bebieron las endebles raíces del segundo holandés de la historia en ser elegido en tres ocasiones Balón de oro.

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