Histórico
23 diciembre 2009Jose David López

Un millonario impaciente y un técnico humilde

hughesLa figura de Alex Ferguson no merece presentación ninguna pues sus títulos, su profesionalidad (es verdad que a veces se le va la boca) y la triunfante aureola de todos aquellos bloques que ha formado en el Manchester United, hablan por sí solos. El escocés representa un sistema continuista, uniforme y de arcaicos pensamientos conservadores que siempre reinó en un fútbol cuyos valores han estado perennemente por encima de cualquier amenaza. Inglaterra, la Premier League y todos sus seguidores llevan años viendo como, poco a poco, esa facultad casi exclusiva se va perdiendo en obligaciones y exigencias tanto financieras como deportivas que derrumban unos principios que ahora parecen primitivos.

Y es que si en Old Trafford tienen al considerado Mejor Técnico del Mundo (por estadísticas y años al máximo nivel), al ejemplo de toda simpatía con los valores tradicionales y al hombre capaz de mantener el tipo en un equipo gigantesco hasta adueñarse del futuro de la propia entidad, su ‘vecino’ celeste, ha vuelto a perder este fin de semana un partido más. No fue en el césped, no hubo goles ni alegrías sino una despedida simple, emotiva y ante todo llena de humildad, la de un Mark Hughes abatido en la oscuridad de un proyecto que le usó como y cuando quiso. Cesado, ligeramente sorprendido por ello y con la conciencia tranquila por no poder hacer nada para evitar su destino, el galés es un nuevo ejemplo de la incesante pérdida de afinidad tradicional que sufren en la auto-destructiva Premier.

Y es que Khaldoon Al Mubarakla (que de petróleo y bolsa entenderá mucho pero no de fútbol), propietario de los ‘Sky Blue’, decidieron cambiar a mitad de campaña aquella filosofía que habían iniciado meses atrás. Hughes iba a tener una oportunidad aunque fue el anterior propietario quien lo había fichado. El desembarco de los millones árabes en el Manchester City trastocó la entidad, la hizo importante deportivamente en apenas unos meses e incluso llegaron estrellas impensables en un equipo que no gana un título desde 1976 (cuando consiguió la Carling Cup). Sin embargo y pese a tener un buen referente en el Chelsea de Abramovich (que pasó varios años construyéndose antes de llegar a lo más alto), el error de creerse por encima de lo que realmente premia en el fútbol, les ha pasado factura en tiempo record pues su paciencia ha sido efímera.

No podemos ignorar que Mark Hughes estaba en entredicho desde el mismo día en el que los jeques aterrizaron en el City. Con semejantes dotes financieras, se esperaba que más allá de cracks sobre el césped, llegara un técnico de primer nivel (o al menos que la prensa lo reconociera como tal). Por ello a Hughes, que hasta puso dinero de su bolsillo meses antes, se le miró con lupa, como si fuera suya la culpa de creerse capaz de poder dar al City el carácter y la progresión exigida en su nueva etapa ‘cool’, en esa nueva época de cheques, flashes y comercialidad. Arrancaron bien, de hecho, sólo ha perdido dos partidos, pero una serie de empates consecutivos generaron dudas en torno a la capacidad del bloque creado por el galés, hasta el punto de que a sus espaldas existía un entramado enorme que derivó en la deshonrosa despedida de este fin de semana. No le querían allí y lo tenían que eliminar.

“Me informaron después del partido contra el Sunderland de que había terminado mi contrato con el Manchester City con efecto inmediato. En contra de las informaciones de prensa indicando lo contrario, no había recibido ninguna señal de la decisión del club”, dijo el propio Hughes posteriormente, dejando ver que todo se debe a la bendita impaciencia.

Toda la Premier se ha apiadado de él pero el ‘repuesto’ ya ha llegado y conoce a la perfección cómo debe sentirse Hughes pues Roberto Mancini ya fue cesado del Inter de Milan. Él, además, tras ganar tres Scudettos (uno en los despachos y los otros dos con una imagen pobre aunque rentable). En Meazza no obtuvo reconocimiento por la incapacidad de los suyos en Europa y ahora, pese a asegurar que está preparado, tendrá que lidiar con la presión del turbante en su cabeza, el arma más peligrosa de una Premier que se fractura día tras día a ritmo de petro-dólares.

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