Histórico
2 octubre 2009Jose David López

El marketing de los Dos Santos

jonathan-dos-santosMéxico es un país intermediario por naturaleza. Lo es políticamente por encontrarse entre Estados Unidos y Sudamérica. Lo es económicamente pues aunque se ve influenciado por las finanzas yankees, su solvencia sigue siendo relativamente agradable en comparación con otros gigantes de la zona. Y, desde luego, lo es en su fútbol, el deporte estrella y aquél que, por ahora, jamás ha regalado grandes éxitos (más allá de Copas de Oro y clasificaciones mundialistas), a una hinchada incondicional y a unos aficionados predispuestos a empujar de los suyos hasta el final.

Sus clubes son los más ricos de América, su poderío financiero les permite mantener a sus mejores jugadores, no exportarlos al extranjero y, desde luego, todo ello repercute en el nivel global que reúnen con futbolistas llegados desde cualquier parte del continente. Un campeonato atractivo, con un formato aún por explotar pero que refleja un frenesí incontenible por seguir evolucionando. Esas buenas intenciones se transforman en presión para la selección azteca, basada en la garra y el sacrificio colectivo por encima de individualidades, algo que pretendía cambiar un joven elogiado hasta la extenuación y catalogado como el revolucionador del Tri: Giovanni Dos Santos.

Criado como tantos y tantos jóvenes cracks en la sombra paciente de La Masía culé, el extremo azteca llegó como cadete, creció a la sombra de grandes cracks, se curtió en escenarios de caché, tomó lecciones avanzadas de humildad pero se torció en un camino entre la prepotencia y la falta de profesionalidad. Tras dejar buenos detalles en sus primeras apariciones con el primer equipo (cuando llegó a ser comparado con Ronaldinho por su físico, electricidad con la pelota y dominio del esférico en cada momento), vio como Bojan le quitó protagonismo en un tridente en el que era imposible de entrar. Se armó de valor y, crecido en su ego, se marchó con Juande al Tottenham previo pago de 7 millones de euros. Un coste arriesgado, en saco roto y sin rendimiento teniendo en cuenta que acabó la campaña en el Ipswich como cedido. Además, su vida personal le jugó una mala pasada pues las juergas universitarias en pleno Londres son difícilmente rechazables. Un auténtico despropósito.

Sólo sus buenas actuaciones en la última Copa de Oro, donde fue elegido Mejor Jugador, le devolvieron a la senda optimista, que se consumó con su regreso como titular indiscutible con la selección mexicana de Javier Aguirre. La siempre exagerada y entusiasta prensa de su país le volvió a encumbrar, colocándole de nuevo como líder de una generación con tantas dudas como esperanzas pero con la misma falsa ilusión de un crack que sólo estuvo y está en sus cabezas. Ahora, justo en la semana en la que su nombre ha vuelto a unirse a la Liga (por un supuesto interés del Deportivo), aparece en escena un segundo Dos Santos, un hermano desconocido para muchos, que viene a ocupar el hueco de su alma gemela: Jonathan Dos Santos.

Se trata de un clon familiar, un cromo nuevo en las cabezas ansiosas de héroes aztecas, de mitos que solventen tantas décadas de decepciones y, sobre todo, de jugadores que logren cambiar el destino de su país en el pasto. El público quiere nuevos mitos y Aguirre, en una llamada polémica, se lo ofrece. Así, el ex técnico rojiblanco convocó al joven Dos Santos y, además, para suplir a su hermano, lesionado esta semana. Jonathan (sorprendido por la noticia) es vertical, rápido, de buenos movimientos técnicos y con una proyección enorme pues ya realizó la pretemporada con el Barcelona pese a sus cortos 17 años. Un renovado proyecto (y por ahora solo eso) de ídolo azteca que tiene en su propia casa el mejor ejemplo a evitar. El marketing de los Dos Santos vuelve a funcionar. El éxito deportivo no se puede comprar con ilusión.

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