Histórico
7 julio 2009Jose David López

Vélez soñó, Huracán lloró y Argentina perdió

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De un lado la escuela ‘menottista’ de Ángel Cappa, del otro la sólidez del ‘Tigre’ Gareca. A la derecha una de las alternativas serias al dominio de los dos ‘gigantes’ argentinos, a la derecha una sorpresa inesperada que hacía lustros que no conocía el éxito. Un José Amalfitani a rebosar para guiar a sus pupilos a lo más alto del fútbol albiceleste y, no muy lejos de allí, separados por unos pocos kilómetros, un Tomás Adolfo Ducó repleto de ilusiones reflejadas en una pantalla gigante. Tarde-noche de fútbol, de pasión, de riesgo (puesto que Argentina está en alerta por la gripe A y no se aconsejaba unirse a tanta gente en un mismo recinto), de agonía y de polémica, por supuesto. La definición del fútbol argentino gozó de espíritu y salud hasta que el colegiado Gabriel Brazenas decidió abrir juego, accionar su silbato e iniciar lo que, perdonen la definición, fue un auténtico esperpento.

Me encanta el fútbol sudamericano, soy fiel seguidor de la pasión argentina, conozco la sociedad albiceleste (la he vivido in situ durante meses) y defiendo un deporte que mueve inifinidad de aspectos en un país que adoro. Sin embargo, no por ello podré justificar o intentar defender el grotesco espectáculo que ofrecieron los dos equipos que mejor fútbol han realizado en los últimos meses. Quizás por esa sensación de esperar un duelo más abierto, más ambicioso, con alegría y no violencia extrema (por momentos se vieron escenas de este tipo), la imprevisible finalísima en que se había convertido la última jornada del Clausura dejó sensaciones amargas. Lo peor, que ya no extrañan los minutos de retraso en el inicio del choque, la dureza por lo que estaba en juego, el excesivo protagonismo de un colegiado que con decisiones irrisorias trastocó el marcador a su gusto. Tan mal andamos que tampoco me asombró el lanzamiento de piedras desde los graderíos a los jugadores rivales. Un caos.

Y es que la noche no tenía por qué seguir ese guión. Se enfrentaban el equipo más goleador (Huracán), con el menos goleado (Vélez). El más elogiado por aquello que llamaron practicar “el juego que quieren los aficionados” y el que mayor experiencia ha demostrado en partidos puntuales. La sorpresa del torneo contra aquél que siempre está a la espera del fallo de los ‘grandes’ del país. El club y la institución que van más allá de un simple equipo de fútbol contra la esperanza de un menor con ansias de reeditar glorias pasadas. Un sinfín de detalles que se difuminaron cuando el partido echó a andar. Huracán, consciente de que el riesgo le tenía que asumir Vélez (un empate bastaba a los de Cappa para salir campeón), se limitó a intentar cuidar la pelota, a alargar posesiones y a mostrarse seguro en defensa mientras su rival se descomponía sin opciones y sin poder manejar la pelota. No hubo que esperar mucho para que el colegiado Brazenas empezara su particular hecatombe pues a los diez minutos, tras un cabezazo de Domínguez, anuló injustamente un tanto a Huracán. Con un par de avisos del Globo, el cielo, la madre naturaleza, quiso involucrarse en la cita para hacerla aún más heroica y lenta, polémica y crítica. Una granizada inesperada que sorprendió a todos y que alargó lo indecible la definición. La espera, de 30 minutos fue tensa y muy negativa para el espectáculo pues, contando ya los 20 minutos de retraso con que se había iniciado el choque, la noche llegó a Buenos Aires y el campeón aún estaba en espera.

Cuando se volvió al pasto, sitiado por los enormes cantos que el cielo había mandado, Huracán de nuevo era más incisivo pero de la nada, cuando peor andaba y mayores sensaciones de venirse abajo reflejaba, un inocente penalti trastocó el guión. El mejor, como siempre, Maxi Moralez que junto a las aportaciones profundas de Emiliano Papa, hicieron de la banda izquierda el único peligro evidente del equipo de Liniers. Y allí nació ese penalti absurdo pero justo tras clarísimo derribo de Araujo a Martínez. Sin embargo, apareció la figura del meta, un Monzón que blocó el disparo del ‘Roro’ López pero que no pudo amainar el dominio de Vélez desde ese momento. Sin ir más lejos, un segundo después un saque de esquina acabó con el lateral Arano sacudiendo un cabezazo del propio López desde la mismísima línea de cal. Huracán respondió con dos acciones claras de gol tras un cabezazo de Eduardo Domínguez al travesaño y una internada de De Federico que se marchó ligeramente desviada. Fue lo único salvable de un choque que se volvió áspero, lentísimo y muy brusco por todo lo que estaba en juego. Allí se acabó el fútbol.

Y es que todo lo que nos dejó la segunda mitad fue puro fanatismo por una idea de fútbol que no está reflejada en la cabeza de ningún táctico pizarrista. Parones, entradas duras, quejas, picaresca en su máximo esplendor y hasta Cappa se limitó a defender al sacar del campo a su único delantero (Nieto) y apuntalar más la línea de zagueros. Quería tirar de coraje, de sacrificio y de heroica pero romper su estilo, el que le había llevado a rozar el cielo argentino, le salió caro. No sólo porque Vélez, con los minutos ya a sus lomos, apretó y presionó hasta la extenuación, sino porque el colegiado Brazenas aún no había dicho su última palabra. Tras no decretar una nueva pena máxima a favor local, no tuvo suficiente entereza como para anular la jugada clave del gol, donde Larrivey se lanzó a un balón imposible que atrapó el meta Monzón. Su impulso le llevó a golpear con la plancha al aquero que, sin embargo, vio desde el suelo, dolorido, como Moralez golpeaba con facilidad a la red sin ningún oponente que pudiera creerlo. La polémica, los insultos, las grescas, fueron enormes, de aquellas que juzgan la racionalidad de algunas personas en este fútbol.

Maxi, pletórico y exaltado, se quitó la elástica y fue expulsado puesto que ya tenía amarilla. En aquél momento se trataba de alargar todo al máximo pues quedaban siete minutos en los que los de Liniers no querían que nada sucediera y lo lograron, vaya si lo lograron. Los graderíos jugaron entonces su papel y provocaron un final trágico con lanzamientos de objetos, Domínguez descalabrado, broncas, peleas y otros 15 minutos de demora. Para coronarlo, Brazenas no otorgó los 8 minutos de descuento que antes había señalado y Cappa se le ‘comió’ a improperios. Fuel el final del sueño del Globo, el inicio de la fiesta de los fortineros y la continuación del mal endémico de las plateas. Ganó Vélez. Volvió a perder el fútbol argentino.

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