Histórico
13 marzo 2009Jose David López

Vivir sin ‘Il Capitano’

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El fútbol mediático, de fichas astronómicas y traspasos atronadores, no va con ellos. La fidelidad es un sentimiento de cariño mutuo, el respeto por unos colores representa el mejor de sus sueños y no existe dólar, euro o el más valorado de los tesoros que logre sacarles de su ‘casa’. Aunque la culpabilidad siempre recaiga sobre sus demoledores hombros, son la perfecta representación del orgullo por un escudo, por una entidad y todo lo que la rodea. Quedan pocos pero aún subsisten aquellos jugadores cuya figura, castigada por años de sacrificio y devoción, mantienen una dilección con aquellos que le dieron la primera oportunidad cuando apenas levantaban unos palmos del suelo. Scholes en el Manchester United, Maldini en el Milan o Del Piero en la Juventus, son tres claros ejemplos de amor a un sentimiento inmutable, ése que en Roma , por encima de coliseos y templos, estará reservado eternamente a Francesco Totti, Il Capitano.

Er Pupone para los que creen que siempre fue un niño mimado, el Gladiador para aquellos que ven reflejado en su cuerpo al más valiente de los luchadores e incluso el Emperador, por los que le colocan al nivel de los grandes gobernantes romanos. Todos los apodos atestiguan una iconografía en torno a un jugador que ha roto cualquier guarismo de fidelidad en la capital azzurri y que es idolatrado y odiado a partes iguales entre los hinchas de la Roma y sus enemigos. Un personaje singular dentro y fuera del césped pero, sobre todo, una pieza angular y absolutamente clave en la societá giallorossi. Y es que el pequeño pupone debutó con sólo 16 añitos, aceptó la capitanía romana con 20 y se colgó la azzurri como esa estrella que siempre se apaga en el momento clave. Sus desplantes con la selección son una de las causas de que su país le tenga cierto rencor.

Francesco ha remado siempre en la dirección fijada por sus convicciones, en aquella que le impedía abandonar su pasado, sus calles, sus amigos … y permanentemente con una planta ambiciosa, ganadora, de mucho carácter e invariable sacrificio. Eso le costó críticas, desde luego, pero también le llenó de elogios que no olvida pese a que, cuando mira sus piernas, ve a un hombre maltratado por la dureza del cartel que le tocó defender. No se puede ignorar que estos esfuerzos, que le han echo perderse más de un año y medio por lesiones (sumando la inactividad de todas ellas), acaban pasando factura.

Precisamente ahora que Totti se tambalea al son de un físico que le impide exigencias, que le obliga a frenar sus ambiciones y le reta cada domingo en los pastos transalpinos, el gran capitán romano tiene que afrontar la decisión más difícil de su vida deportiva: pensar en colgar las botas. La imagen de este miércoles sobre el césped del Olímpico es un doctorado en psicología. Ver al ídolo con la cabeza tapada por su camiseta, moviéndose sin destino, llorando sin consuelo mientras sus rodillas (protegidas visiblemente) aguantaban la presión europea de toda una institución, pueden reflejar el punto y final de la historia. Totti, que lleva consigo desde hace tres años una placa de metal y diez tornillos en su tobillo, ha luchado contra la naturaleza de su físico, intentando resignarse, olvidando dolores y forzando hasta los extremos, lo que le ha mermado en los últimos años. En estos, se vio obligado a dejar la selección italiana en varias ocasiones, hasta su adiós definitivo.

Ahora, una vez que la eliminación en Champions League se ha consumado, la Roma valora más que nunca un futuro sin Totti. La sola idea de presagiar los días sin su crack es un síntoma doloroso, prácticamente inasumible porque, pese a las eternas molestias físicas del mediapunta, su poder en el vestuario y en el estilo de juego que defiende el equipo es vital. Actuó de mediocentro, se hizo grande como mediapunta y triunfó como goleador cuando el equipo demandaba un delantero (llegó a ser Bota de Oro).

Un comodín, un amigo, un compañero, un héroe, un milagro que vio la luz en uno de los vecindarios más famosos de la incomparable Roma (Porta Metronia) y, sobre todo, un dios cuya sempiterna silueta acabará desterrando a Rómulo y Remo de la compañía de la Loba Capitolina.

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