Histórico
8 marzo 2009Pablo Aro Geraldes

Una de piratas (1 de 3)

robinho

Pablo Aro Geraldes nos regala una magnífica serie de tres artículos en los que repasa de un modo genial las fortunas que se han instalado en la Premier League durante los últimos años. Desde Roman Abramovich hasta los jeques del Manchester City, todos tienen cabida en esta serie que hoy comenzamos.

Estrellas de altísimo nivel. Estadios lujosos. Televisación impecable. Hooligans extinguidos. Valiosos derechos de imagen. Fútbol dinámico y apasionante. ¿Está todo bien en la Premier League inglesa?

Los cimbronazos de la economía global también golpean a la libra esterlina, pero si se tiene en cuenta que la mitad de los equipos está en manos extranjeras, el abanico de la crisis se abre en diferentes direcciones. Grupos inversores rescatados por los Estados Unidos, millonarios rusos con negocios poco claros, ex gobernantes asiáticos y hasta un país entero ponen dinero (mucho dinero) en esta mesa de ruleta en la que se convirtió el campeonato inglés. Las ganancias pueden superar enormemente a las que se consigan en cualquier bolsa de valores del mundo… y las pérdidas pueden ser catastróficas. ¿Los hinchas? Bien, gracias.

En la temporada 2007/08 la Premier League redondeó números impactantes: los 20 clubes sumaron ingresos por 2.819 millones de dólares. A esta cifra, superior al presupuesto de la mayoría de los países del Tercer Mundo, falta sumarle los derechos de TV hacia el exterior (327 millones), el merchandising y las entradas, que son las más caras del planeta.

Las leyes británicas permiten que las empresas (los clubes lo son) se puedan vender a cualquiera que las pague. Con la plata en la mano, son pocos los que se preguntan por el origen del dinero que reciben. El gobierno le sugirió la Asociación de Fútbol (FA) que endurezca las regulación sobre quién puede comprar un club. Pero el mismo David Triesman, presidente de la FA, tiró la pelota afuera: “No podemos discriminar a los inversores por su nacionalidad. Hay que distinguir entre los que ponen dinero y respetan los valores de un club y aquellos que solamente compran”.

El potencial de los clubes supera largamente a sus ingresos. “Eso es muy peligroso –dijo Arsene Wenger, DT del Arsenal–. Los sueldos subirán y clubes como el nuestro no van a poder pagarlos. Hay que regular esta situación”.

Los precios están inflados y arrastran a todo el fútbol europeo en un espiral de locura. El Manchester City anunció que pagaría 95 millones de dólares a Juventus para sumar a Gianluigi Buffon. Si lo hace, el italiano sería el arquero más caro de la historia. Esta carrera por la victoria a cualquier precio está cambiando al otrora conservador fútbol inglés: ahora se despiden técnicos, los futbolistas tienen varios dueños y se descuidan las divisiones inferiores.

De los clubes históricamente grandes solamente el Arsenal puede jactarse de no tener propietarios o capital extranjero. Mientras, los demás se endeudan vertiginosamente y, despilfarrando fortunas, inflan y desdibujan el mercado de pases. Pero hay un riesgo para los hinchas: si los negocios salen mal y los compromisos se vuelven impagables, estos magnates armarán las valijas y se volverán (si no tienen pedido de captura) a la tierra que los vio crecer. Tras la explosión, el club, fundido, quedará como triste testigo de una aventura económica con raíces que están lejos de ser futbolísticas.

Caprichos de un millonario

abramovichEl ruso Roman Abramovich tenía 37 años en 2003, cuando compró al Chelsea y canceló las deudas del club. Ya era conocido como uno de los nuevos oligarcas surgidos tras la caída de la Unión Soviética. Construyó su fortuna a comienzos de los 90, beneficiado por la política privatizadora del presidente Boris Yeltsin Así fundó la compañía petrolera Sibneft.

Además de sacar rédito de la política, participó: en 1999 fue elegido representante en la Duma por la región de Chukotka, en el extremo oriente del país. En 2000 ganó las elecciones a gobernador y en 2005 el presidente Vladimir Putin lo nombró directamente para un nuevo mandato, gracias a un cambio en el sistema electivo.

En 2006 la Revista Forbes lo señaló como el ruso más rico y dueño de la undécima mayor fortuna del planeta. Quiere hacer del Chelsea el mejor equipo del mundo y va camino a eso a fuerza de dinero: por ahora ganó dos Premier League y perdió la final de la última Champions. Pero todas sus compras son a precios superiores a los valores de mercado, aunque no le importa. Pagó 48 millones de dólares por el ghanés Essien y 57 por el ucraniano Shevchenko.

Como si la plata le picase en los bolsillos, gasta, gasta y gasta. Además de los 890 millones de dólares que puso en el Chelsea desde que llegó, su empresa Sibneft es dueña del CSKA Moscú, por lo que la UEFA inició una investigación sobre un posible conflicto de intereses: las entidad prohíbe a un mismo propietario tener dos equipos en una misma competición europea. No le importó demasiado, como tampoco lo inmutaron las investigaciones en Brasil por sus vínculos con el Corinthians de su amigo iraní Kia Joorabchian y un posible lavado de dinero.

Como se ve, el club de Stamford Bridge no es el único casillero donde Abramovich pone sus fichas: su origen judío lo llevó a invertir en empresas en Israel y el año pasado pagó 60 millones de dólares por un castillo en Brasov, Rumania, donde habría vivido Vlad Tepes, más conocido como Drácula. O abonar 122 millones por un cuadro de Francis Bacon. Son sus gustos. Lo que no le debe haber agradado es tener que darle la mitad de su fortuna a su ex esposa Irina, de la que se divorció el año pasado. Pero ya retomó el camino del amor: en julio dejó el cargo de gobernador de Chukotka y tiene más tiempo para su novia Dasha, a la que le regaló 40 hectáreas de la Luna.

Este artículo continuará con dos entregas más en los próximos días.

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