Histórico
22 marzo 2009Jesús Camacho

Balones de Oro: La Araña Negra (1963)

yashinDesde la prehistoria el hombre trató de reproducir en las paredes de las grutas las formas de los animales que había observado, logrando representar sus movimientos, la masa y la forma de los cuerpos; de esta forma nació la pintura, un arte en el que el hombre ha expresado su visión, su memoria, sus sentimientos, traduciendo a través de perfiles, trazos y siluetas la impresión que le transmitían objetos, paisajes, escenas, personas, pensamientos. Un arte que os estaréis preguntando que poco o nada tiene que ver con aquella “Araña Negra” que paseó su leyenda por la vieja URSS y por los campos del mundo entero.

Pero al enfrentarme con la figura de Lev tengo la sensación de que me encuentro ante un personaje mitológico, ante una etérea y sombría pero imponente figura de un animal salvaje, por ello pretendo acercaros su leyenda bajo la óptica y el prisma del dibujante que perfila en carboncillo y en un viejo papel descolorido por el tiempo las estiradas de un fantasma negro, de grandes y arácnidas manos. Sutiles pero firmes trazos que nos dejó una leyenda que creó escuela y fue un adelantado a su tiempo.

Y es que claro esta no es una biografía al uso, tras leer muchas de ellas solo pretendo que conozcáis a ese chico que con 13 años se vio obligado por la Segunda Guerra Mundial a trabajar en una fábrica militar en Moscú donde jugó para su equipo de fútbol. Un chico que comenzó deslizándose por el hielo para defender una pequeña portería de jockey que acabó quedándosele pequeña antes de enfundarse el disfraz de araña en el fútbol grande. Uno de esos tipos de personalidad única, distintos a todos, que en cada partido pasan por la cabina (supermán) para vestirse de superhéroes, de portero. Y es que Lev impresionaba con sus 1,85 m. de estatura, una imponente y negra figura que llegó al Dinamo de Moscú en el 49 y que decidió salir del área pequeña para cohibir a sus rivales y dominar el que a partir de entonces se convertiría en su territorio. Un territorio (un paisaje) en el que el depredador caía una y otra vez en esa tela de araña que tejían sus manos, ese estilo adelantado a su época que propició que muchos le vieran mucho más grande y ágil de lo ya que de por sí era. Sus paradas eran trazos de movimientos de felino y estiradas aladas, esa oscura figura que osaba convertirse en último defensa de su equipo mucho antes de que esta innovación táctica se inventara.

Tengo la sensación de que fue un personaje de Marvel, Spiderman, pero con el disfraz de color negro, ese que le acompañó durante toda su carrera. Con poderes de blocaje en una época en la que el rechace era uno de los recursos más usados, con poderes en sus ojos puesto que muchos de sus rivales llegaron a decir sobre él que era capaz de desviar la trayectoria del balón solo con la mirada. Un fantasma negro que te atrapaba en el mano a mano, a la velocidad de una Pantera negra. Predecesor del portero moderno que arrancaba el contragolpe con un impresionante y rápido saque con la mano, un personaje mítico que usaba una poción antes de los partidos para convertirse en un hombre de sangre caliente en terrenos helados. Y es que Lev se tomaba un trago de vodka y se fumaba un cigarrillo antes de convertirse en araña. Un viejo ritual que según él tenía la citada pretensión: “un cigarrillo para calmar sus nervios, y luego tomar vodka para tonificar los músculos”.

Un estilo sobrio, elegante, que pese a ser un innovador empedernido encandiló a los puristas. De arrolladora personalidad, fue de esos porteros que mandaban a su defensa. No en vano se cuenta que la feroz defensa que ejercía de su territorio provocó que su esposa, Valentina Yashina, lo acusara de gritar demasiado dentro del terreno de juego.

Un portero con un sentido de la anticipación y una agilidad extraordinaria, de manos grandes, hombros robustos, rasgos acentuados y una planta magnífica, el prototipo perfecto para un cuadro de Miguel Ángel.

Un hombre que fue fiel al Dinamo durante 22 años (1949 a 71), en los que defendido con autoridad la meta del conjunto de Moscú en el que debutó en el 50 y en el que conquistó 1 medalla de oro del campeonato soviético de jockey sobre hielo; 5 medallas de oro, 5 de plata, 1 de bronce por los Campeonatos de fútbol de la Unión Soviética y 3 Campeonatos de la Copa Soviética.

Un guardameta que aumentó su leyenda defendiendo los colores de la URSS, donde con su indumentaria negra, sus guantes del mismo color y su gorra color ladrillo ganó los Juegos Olímpicos de 1956 y la Eurocopa de 1960. Además jugó en tres Copas del Mundo, en la primera en Suecia’58 puso su nombre en el mapa futbolístico mundial con intervenciones de genio, en la segunda en Chile’62 demostró ser humano y un gol olímpico ante Colombia quiso retirarle del fútbol. Muchos vieron su declive pero Lev regresó con más fuerza y dejó para el recuerdo (aquella memoria de la que os hablaba al comienzo del articulo con la que podríamos hacer otro cuadro) una tarde inolvidable en el partido del Centenario de la FA en 1963, jugando para ‘Resto del Mundo XI’ contra Inglaterra en el Estadio Wembley en el que tuvo impresionantes e increíbles atajadas.

Esa “Araña o Pantera negra” que en 1966 jugó su tercer mundial en Inglaterra, donde lideró al equipo soviético que logró la mejor clasificación de su historia (4º puesto).

En definitiva un personaje real pero de trazos mitológicos, de perfiles salvajes, de grandeza hercúlea, de 150 penales atajados, 812 partidos jugados y 78 internacionalidades. Un personaje que antes de convertirse en bronce junto al estadio del Dinamo era ya escultura y que acabó convirtiéndose en oro en 1963, cuando un portero recibió por primera y única vez el Balón de Oro al mejor futbolista de Europa. Ocho años antes de que jugara su último partido disputado en el Estadio Lenin en Moscú ante 100.000 aficionados, y en el que otros personajes legendarios como Pelé, Eusebio y Franz Beckenbauer no quisieron faltar a la cita con el más grande.

Con Lev Ivanovich Yashin, aquella leyenda a la que Yuri Gagarin emuló en sus vuelos por el espacio y sobre el que he intentado trazar su perfil volador.

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