Histórico
13 diciembre 2008Francisco Ortí

Cuento de Navidad

La Navidad ha comenzado -al menos cuando entramos en un centro comercial- y junto a ella las tradicionales historias que hablan de superación, reencuentros, amistad y, sobre todo, felicidad. Estos cuentos suelen ser ficción, especialmente si parten de una óptica burtoniana, pero siempre se pueden encontrar casos similares en la vida real.

La vida de Carlos Aranda bien merecería haber sido escrita por la pluma de Charles Dickens. El escritor inglés hablaría de un niño sin esperanza. La perdió a los tres años cuando sufrió la muerte de una madre apagada por las drogas. Se crió con sus abuelos en el modesto barrio malagueño de El Palo y a falta de entretenimientos mejores se dedicó por completo al fútbol.

Sus compañeros en estos eternos partidos callejeros soñaban con jugar algún día en el Real Madrid o el Barcelona. Ganar un Mundial con España o convertirse en el sexto miembro de la quinta del Buitre. Carlos, no. Él no tenía esperanza de que las cosas mejorasen y no cambió pese a que unos ojeadores del Real Madrid le encontraron y quisieron reclutarlo para el filial blanco.

Aranda no quería abandonar el barrio de El Palo. Consideraba que probar con el Real Madrid era perder el tiempo porque nunca seleccionarían a un chico como él. Sin embargo, sus abuelos acabaron por convencerle y accedió a iniciar su aventura madrileña. Entre constantes bajones anímicos en los que amagó con volver a casa, fue escalando categorías dentro de la cantera blanca hasta llegar a debutar con el primer equipo para jugar un partido de Champions League junto a su mejor amigo, un tal Samuel Eto´o.

Había logrado el sueño con el que él nunca había soñado, pero no tardaría en romperse. Ni su amigo camerunés ni él consiguieron ganarse la continuidad en el primer equipo blanco, pero, tras una cesión al Numancia, un pujante Villarreal se fijó en él como pieza ideal para construir un ambicioso proyecto que se centraba en contratar jugador altos con gran futuro.

Al Villarreal le fue muy bien, como todos sabemos. A Aranda no tanto. Problemas extradeportivos le exiliaron lejos del Submarino Amarillo y regresó al Numancia, donde firmó de nuevo buenos números. No le valió para quedarse en el Villarreal y volvió a marcharse cedido, esta vez al Albacete.

En el Carlos Belmonte vivió su mejor año en Primera y se ganó el fichaje por el Sevilla. Sin embargo, en el club sevillista recuperó las malas costumbres y se le apartó del equipo por indisciplina -eufemismo de borracheras continuas-. Salió a patadas de Sevilla y no volvió a levantar cabeza. En el Real Murcia logró el ascenso, pero no renovó por culpa de 45 minutos.”Me sentí utilizado y jodido”, comentó el delantero que no había jugado en los cinco últimos partidos de la temporada puesto que si disputaba 45 minutos más hubiera renovado automáticamente.

La temporada pasada se aventuró a probar suerte en el recién nacido Granada 74. Deportivamente no le fue mal, pero fuera de los terrenos de juego la historia no cambió. Peleas, alcohol e incluso una acusación de blanqueo de dinero. Como guinda sufrió una grave lesión que le obligó a pasar por quirófano.

Ese fue el final de la carrera de Aranda, quien le dio razón al niño que un día fue. Lo mejor hubiera sido no tener esperanzas. Mejor no soñar. Se quedó sin equipo, y como le sucedió de niño, a falta de un entretenimiento mejor se dedicó por completo al fútbol entrenando sin ficha con el Gavá.

La historia parecía acabar con un final triste, pero en Navidad es obligatorio acabar comiendo perdices. El Numancia ha sido quien ha obrado el particular milagro navideño de Aranda. El pasado viernes fichó por los sorianos, donde vivirá su tercera etapa y en menos de 24 horas se ha ganado entrar en la convocatoria para el partido del domingo ante, curiosamente, el equipo de su ciudad natal, el Málaga. El niño ha recuperado la esperanza. Habrá que confiar en que no cometa viejos errores.

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